Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
En la primavera de 1976, la ciudad de Sevilla amanece varios días con la noticia de un asesinato ritual y macabro. Un médico. Un cura, un abogado, un político, un bodeguero jerezano, un periodista…
El comisario Padilla y el inspector Domecq se las tendrán que ingeniar para resolver el caso sin apenas pistas.
La acción transcurre en los inicios de la Transición, aunque no es una novela histórica.
Hay continuas referencias a la vida tabernaria de la Sevilla de entonces, pero no es una novela gastronómica.
Tiene algunos guiños humorísticos y socarrones, y no por ello es una novela de humor.
Hay asesinos y policías, no obstante, no es una novela negra al uso. Tiene alma propia.
Es una historia con muchas historias dentro y en todas ellas reina la incertidumbre de aquellos años tan decisivos.
Enrique Becerra Gómez nace en 1957. Desde que aprendió a leer se convirtió en un lector voraz; primero con Enid Blyton y Guillermito Brown, luego con libros de aventuras (Salgari, Stevenson, Verne…) hasta dar el salto a Delibes y Lee).
Estudió en el Colegio San Francisco de Paula, donde le inculcaron un espíritu libre y humanista que le marcó para siempre.
Ya adolescente, simultaneó los estudios con trabajo en el restaurante familiar. Entró en la universidad, pero las circunstancias y la tradición familiar le empujaron a la Hostelería.
Con veintidós años fundó su propio restaurante que se convirtió en el local literario por excelencia de Sevilla.
En 2006 publicó su primer libro, al que le siguieron otros varios (relatos, ensayos, novelas) en los que siempre hay referencias tabernarias.
«No espere encontrar en este libro una película de Sylvester Stallone o de Bruce Willis. No va de eso, lo que no significa que carezca de acción, pues es ágil e intensa, pero también le hará pensar o plantearse cosas.
Los personajes son, ante todo, personas, con sus virtudes y sus defectos, no estereotipos. Ni los buenos son siempre buenos, ni los malos, malos.
Es una historia que te atrapa desde el minuto uno, donde, como debe ser, no paran de suceder cosas desde el primer momento y, de paso, retrata a la sociedad sevillana del principio de la Transición. Sin tópicos. Y en escenarios perfectamente reconocibles.
Un paseo intrigante y misterioso por una ciudad entonces muy provinciana (¿habrá dejado de serla?). Era año 1976. Sin AVE, sin Expo’92, sin grandes avenidas, pero muy auténtica; casi más que ahora».
«La misa llega a su cénit. El monaguillo se arrodilla mientras hace sonar la campanilla y la voz solemne y grave del sacerdote resuena por entre las tres naves de la espléndida iglesia mudéjar, mientras bendice cinco veces el dorado cáliz tapado por la hostia:
…Per Omnia saecula saeculorum.
Don Crescencio eleva aquel santo grial lenta y extáticamente mientras los pocos asistentes —a esa hora casi todos mujeres y bastante mayores— siguen devotamente con la mirada el simbólico ascenso y, justo en el instante en el que la campanilla tendría que haber sonado de nuevo, un estruendo fuerte, corto, seco y ensordecedor —como uno de los timbales del apocalipsis— hace temblar la iglesia. Los escasos feligreses ahogan un grito en sus gargantas mientras, como apareciendo de la nada, dos chorritos de vino salen de la pared del cáliz, y un tercero, más rojo aún, justo por encima del entrecejo del sacerdote que, inconscientemente teatral hasta en el último suspiro de su vida, cae tieso y rígido hacia detrás —con la misma lentitud y solemnidad con que elevaba el cáliz segundos antes— hasta dar en el suelo cuan largo es. El sonido de su nuca al estrellarse contra el rosado mármol del suelo del altar recorre —como un repeluco mortal— las espinas dorsales de los escasos feligreses dándoles la seguridad de que aquel golpe ha sido fatal, aunque, lo que todavía no saben es que cuando oyeron ese macabro sonido de huesos quebrados, don Crescencio ya estaba muerto; una bala de grueso calibre había atravesado la santa copa hasta alojarse en su cerebro a través de su frente».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Enrique Becerra Gómez os lo agradeceremos.