Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
Historia ambientada a finales de los 50. Cuento la vida de Anabel hasta que se acerca a la edad adulta. Sus primeros años los pasa en su pequeño pueblo natal de la sierra. Vive con un padre poco cariñoso, machista y que la hace trabajar en el monte desde muy temprana edad. Echa la culpa a Anabel de que su madre muriera al dar a luz y de que haya nacido niña en vez de niño.
Anabel tendrá que lidiar con los trabajos en casa, en el monte y en el colegio.
Casilda, una amiga de su madre, junto a Esteban, se convierten en una especie de familia para ella, completada con Daniel, el hijo de estos.
Trato temas como el de una mujer que vive en un ambiente de hombres en una época en la que solo ellos tenían voz. También la homosexualidad y sus prejuicios, con el personaje de Daniel, clave en la historia.
Publiqué mi primera novela, El cuaderno de Bruno, en 2006 y en 2007 gané el IX Premio Odisea con Desde aquí hasta tu ventana. Odisea Editorial me publicó también Cuando acabe el verano (2009), El chico del gorro rojo (2011) y Cartas a un soñador (2013). He publicado otra serie de historias de terror gótico, como Matar a un vampiro (Babylon Ediciones, 2011), su segunda parte, La venganza del vampiro (2014), Zementerio (Nowevolution, 2015) y La casa Ferrer (Wave Books, 2017). En 2017 vuelvo a mis orígenes, publicando Piensa en mañana (Nowevolution) y Todo lo que quise decirte y no pude (Nou Editorial, 2020). En 2022 HarperCollins con su sello Harlequin me publica La distracción perfecta.
Al margen de la literatura también he hecho varias exposiciones fotográficas y he grabado dos álbumes de música.
«Me llamo Anabel es una crítica al machismo que lo ha controlado todo a través de la historia. En esta novela, Anabel tendrá que aprender a coger las riendas de su vida sin resignarse con ser un ser humano de segunda categoría. También trata temas como la homosexualidad y sus prejuicios, con el personaje de Daniel, inseparable de Anabel.
Ella es una joven que no se conforma con la vida que le ha tocado vivir y tendrá que tomar una dura decisión una noche en la que a su padre se le va todo de las manos.
Huir y empezar una nueva vida alejada de su pueblo natal es la única opción de vivir la vida que se merece. Junto a Daniel, descubrirá en Madrid que hay todo un mundo de posibilidades para ella lejos de su padre, que jamás la perdonó haber nacido mujer y que su madre muriera al dale a luz».
«Mientras la lluvia golpeaba el cristal, mi padre intentaba mirar por la ventana, pese a la oscuridad de la noche y que no podía concentrarse en nada. Se mordía un labio, frotaba sus manos y daba golpecitos en el suelo con un pie. No entendía cómo podían estar tardando tanto. Llevaban una eternidad encerrados en la habitación desde que, a la hora de comer, saliera corriendo en busca del médico para que ayudara a venir a este mundo a su primer hijo.
En el pueblo todos se habían hecho eco de la noticia y aguardaban en sus casas la buena nueva. Un nacimiento era muy importante, sobre todo en un lugar tan pequeño de vecinos humildes que se dedicaban en su gran mayoría al ganado, al igual que José, mi padre.
Con veintidós años, la vida siempre lo había sonreído. Conoció a mi madre y enseguida tuvo claro que acabaría casándose con ella por lo que, pese a ser de pueblos diferentes, no paró hasta conquistarla y enamorarla casándose dos años después. Ahora la vida le iba a regalar a su primogénito, alguien que pudiera seguir sus pasos y un digno heredero, aunque tampoco es que fuéramos ricos. En realidad estábamos muy lejos de serlo.
Mientras el médico y Casilda, una vecina que se había hecho muy amiga de mi madre y que asistía al parto, hacían su trabajo, mi padre procuraba guardar la calma y se tragaba las ganas de echar la puerta abajo y entrar para ver qué estaban haciendo. En su cabeza rebotaban los gritos de mi madre haciendo todo lo posible para traerme al mundo y eso lo estaba comiendo por dentro.
Cuando por fin esos gritos cesaron y dieron paso a un llanto de bebé, respiró aliviado y pudo sentarse, secándose el sudor con un pañuelo, pese a ser invierno y hacer bastante frío. Se calmó un poco y fue hacia la puerta de la habitación para esperar a que saliera y recibirme. Después del día de su boda, ese era el más importante de su vida.
Casilda no tardó en aparecer llevándome en brazos, envuelta en una sábana, mientras descansaba del duro viaje que supuso venir a este mundo. Mi padre levantó los brazos para cogerme, pero enseguida notó en la cara de Casilda que algo no iba bien.
—¿Qué ocurre? —preguntó mientras me cogía, sin poder mirarme aún.
—El médico está haciendo todo lo que puede —contestó ella, cruzándose de brazos.
—¿Eso qué significa? —dijo él, mirando hacia la puerta de su habitación, que la mujer había cerrado al salir.
—Está habiendo complicaciones. Marta ha perdido mucha sangre y no está bien, pero no te preocupes, que seguro que se recupera. Por cierto, es una niña.
—¿Una niña?
Mi padre, con el rostro desencajado, me miró mientras dormía. A la noticia de la complicación en el parto tenía que sumar que lo que había venido no era un niño, sino una niña. Me devolvió a Casilda y comenzó a caminar de un lado a otro del pasillo, más nervioso de lo que aún estaba unos minutos antes.
—Cálmate, José. Marta está en buenas manos. Bajemos al salón. Lo único que podemos hacer es esperar.
Mi padre se detuvo y asintió con la cabeza. Fueron al salón y, mientras Casilda me mecía en sus brazos para que no me despertara, él se sentó en una silla agachando la cabeza. Pasaron por su mente muchos recuerdos vividos desde que conoció a mi madre, cómo tuvo que explicar a mis abuelos que vivirían en un pueblo distinto al que los había visto nacer a los dos y lo que había trabajado para tener su propia vida y su familia.
Ese día cada minuto se había convertido en una eternidad. El médico no bajaba y mi padre solo podía pensar en que mi madre se recuperase. Había oído muchas cosas sobre los partos y las consecuencias que podía acarrear al cuerpo de las esposas, sobre todo cuando era la primera vez que daban a luz. Le vino a la memoria el día de la boda, lo guapa que iba la novia, lo que disfrutaron todos. Solo había pasado un año y medio de eso y ya habían sido padres.
Oyeron el crujir de las escaleras. Mi padre se puso en pie de un salto y los dos miraron hacia la puerta para ver aparecer al médico del pueblo. Al verlo, notaron en su cara que iba a darles malas noticias.
—Lo siento —dijo mirando al suelo, caído de hombros.
—¿Cómo está Marta? —preguntó mi padre—. ¡Hable!
El médico levantó la vista y lo miró a los ojos con un ligero temblor de labios que desesperó aún más a mi padre.
—No he podido hacer nada. El parto ha sido demasiado traumático para ella. Marta ha fallecido.
Todo alrededor de mi padre empezó a dar vueltas hasta que cayó al suelo de rodillas pensando que no podía ser cierto, pero lo era. Al traerme al mundo, mi madre lo pagó con su vida. El parto fue demasiado para su cuerpo y no lo resistió.
Casilda me abrazó con fuerza sin saber qué hacer en una situación así. Se había ofrecido a ayudar, pero en ningún momento se imaginó que a lo que de verdad iba a asistir era a la muerte de su amiga. El médico se acercó a mi padre y puso las manos en sus hombros intentando transmitirle consuelo, pero era inútil. Nada en el mundo habría hecho que en ese momento mi padre no sintiera como si se rompiese por dentro.
Se puso en pie de pronto y fue hacia las escaleras.
—Quiero verla —dijo saliendo, y el médico fue detrás de él.
Puede que pretendiese detenerlo pero, aun así, no lo consiguió. Mi padre entró en la habitación y vio el cuerpo sin vida de mi madre envuelto en un manto de sangre.
Casilda no tenía ninguna intención de ver el cadáver. No sabía si eso le daba más pena o miedo. Subió y se quedó fuera de la habitación esperando a que los hombres salieran. Cuando mi padre lo hizo, me tendió hacia él diciendo:
—Intenta encontrar consuelo en tu hija, José.
—¡Aparta de mí eso! —gritó mi padre, sin querer mirarme—. Por su culpa, Marta está muerta.
De esta forma fue como vine al mundo y, como es de suponer, lo que vino después no fue lo que se dice una historia alegre».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Javier Herce os lo agradeceremos.