EL ESCENARIO AMBULANTE es un espectáculo de teatro, cabaret y variedades, que habla de la resistencia en el oficio, del teatro como herramienta para explorar y expresar, que pone voz a los deseos olvidados, a la voluntad de caminar, a la obligación de no perder el norte… y el norte es hablar de la realidad “con arte”. Y lo hace con humor e ironía, a través de canciones y de todos los recursos que llevamos años utilizando en LAVIEBEL.
En este momento necesitamos hablar desde las tablas, decir tantas cosas que nos aprietan a todos... Vamos a pegarle fuego al mal humor, a la agonía, a la desilusión. Somos hijos de un viejo oficio que existe desde el principio de los tiempos. Los banqueros desaparecerán pero nosotros seguiremos mientras haya personas que quieran oír hablar de amor, de futuro, de ganas de vivir.
EL ESCENARIO AMBULANTE realizará una pequeña gira durante los próximos meses. Todavía quedan teatros que confían en LAVIEBEL aunque el espectáculo aún no se haya empezado a ensayar. Serán los 22 años de trabajo continuado. La mayoría de las funciones son “a taquilla” y esto hoy es todo un logro. Podrás venir a verlo próximamente.
14 y 15 de noviembre 2014. Teatro Echegaray. Málaga
21, 22 Y 23 de noviembre 2014. Teatro del Mercado. Zaragoza
11, 12 y 13 de diciembre 2014. Teatro Central. Sevilla
17, 18, 19 y 20 de diciembre 2014. Teatro Alhambra. Granada
28, 29, 30 y 31 de enero 2015. Sala Cuarta Pared. Madrid
Dirección y dramaturgia Emilio Goyanes
Sobre el escenario Larisa Ramos, Antonio Leiva, Walter Sábolo
Escenografia Carlos Monzón
Musica Emilio Goyanes y Walter Sabolo
Iluminación Miguel Miñambres
Vestuario y atrezzo Marisa Pascual, Laura León
Diseño de publicidad Carlos Monzón
Redes y web Llanos Díaz
Video Javier Viana
Producción Sonia Espinosa
Distribución Llanos Díaz
El Escenario Ambulante lleva siglos viajando tripulado por 3 artistas de variedades: un actor, una actriz y un pianista.
La vida le hizo instalarse durante años en un garito portuario, un lugar marginal y aislado, pero hace poco la actriz sintió que estaban paralizados, que había que continuar el viaje y decidió soltar amarras, levantó el ancla y el Escenario zarpó mar adentro. Ahora va a la deriva, donde el mar lo lleve.
Los artistas, que jamás salieron del Escenario, hacen números cabareteros: canciones, transformismo, enanos, play back en vivo…
No hay tristeza que valga: bizarro, poético, hondo, fresco, mareo de emociones.
El viejo oficio de las tablas se enfrenta a la vida con alegría y creatividad. La realidad se siente en todas las costuras. El oficio se reafirma como una herramienta de esperanza.
Al fondo un piano que es a la vez un escenario. Un pianista en directo.
Un grupo de maniquiés junto al piano. Restos de historias pasadas. El pianista es el único resto vivo.
Por toda la superficie grandes telas pintadas formando pliegues en los que se esconden objetos, historias, maletas. Todo es rojo, intenso, viejo.
A cada lado un “camerino”, una mesa con percheros y un espejo para cambiarse en escena.
6 Lámparas bajas colgando del techo y candilejas.
En el centro una vieja alfombra obalada. Todo es rojo, cálido. Aforo a la alemana.
Hay un espacio que van construyendo poco a poco, un jardín que se riega, un castillo de naipes o de copas, una escultura hecha con los restos de las escenas.
Hay un retrete cascadísimo por fuera, cuatro tablas viejas, con un aspecto destroy por fuera, por dentro es un lugar lujoso, de terciopelo y luz, que ya no sirve para las necesidades básicas, sino para vivir de manera comprimida los sueños y deseos que no se han podido disfrutar en vida como volar o ser invisible.
El público alineado e inmovil esta esperando su turno para pasar por allí.
"Demasiado tiempo sin moverse para un escenario ambulante".
Había cogido solera en aquel local, había echado raices, eso no se podía negar, pero había pasado demasiado tiempo sin moverse para ser un escenario ambulante.
Aquel local tenía carácter, demasiado carácter. Quizás el hecho de estar literalmente sobre el mar, azotado constantemente por las olas, quizás el olor a salitre y a moho, la humedad, quizás el hecho de llamarse: La Espada del Diablo, quizás un tipo de clientela un tanto especial: marineros borrachos, estudiantes en busca de aventura, sacerdotes arrepentidos, emigrantes ilegales, intelectuales bipolares, ratas… si, muchas ratas. Ultimamente la clientela se había ido reduciendo y las ratas se estaban convirtiendo en el público más habitual, casi el único público.
La Espada del Diablo era un bar, un cabaret portuario perdido en esa zona olvidada del puerto donde aún todo es de madera, donde aún no han llegado el cemento y los grandes cruceros. Es una zona para viejas chalupas desgastadas, sobre las que la carcoma está siempre a punto de lanzarse.
Llevaban tiempo hablando de que quizás había llegado el momento de partir, pero hay decisiones que por más evidentes que se muestren, no es fácil tomar. Los tiempos no ayudaban demasiado.
Hay tiempos que no ayudan a tomar decisiones, tiempos en los que una capa de niebla diluye los contornos, borra las señales, confunde la mirada, tiempos que te vacían los bolsillos, que te dejan exhausto, perdido, sin norte… y este era uno de esos jodidos “tiempos” que se hacen interminables.
Era evidente que había que salir de allí. Los tres habitantes de aquel escenario: el actor, la actriz y el pianista y todos sus avatares, dobles, personalidades y personajes, discutían casi a diario sobre lo que había que hacer sin ponerse de acuerdo. Demasiada gente para decidir: muerte segura.
Un día la actriz tiró por la calle de en medio y tomó la decisión por su cuenta: Levantó el ancla en plena noche. El escenario se balanceo suavemente sobre el mar tranquilo y por la mañana estaba ya demasiado lejos. Lo suficiente como para que no valiera la pena volver.
Nuestro Escenario Ambulante lleva siglos, milenios viajando, nadie lo sabe a ciencia cierta. Ha vivido tiempos mejores pero de tarde en tarde se estanca y siente que se estanca, que se queda varado, sin salida y este ha sido uno de esos momentos. Durante mucho tiempo se instaló en aquel garito portuario pero a veces uno se duerme y piensa que no hay otro camino y se acomoda en la incomodidad, se autoencierra, uno se entristece de si mismo, pero siempre acaba encontrando una manera de seguir. El viaje siempre es el camino.
Ahora ese escenario con solera portuaria, con raices marineras va a la deriva, donde el mar lo lleve. Cuando los vientos son favorables recala en algún puerto perdido. Y los recuerda todos, sin excepción: Sobre la cumbre de aquella montaña que todos llamaban El Azote de Atila, los humanos estuvieron animados, como con ganas de lanzarse al vacio. En el Desierto del Silencio, tuvieron un público de Tuaregs que asistieron a la función enfundados en sus túnicas. Solo veían el brillo de sus ojos, pero aquella gente aguerrida no emitía un sonido. En Malpaís la gente era feliz y despierta, en la Jaula de Oro la depresión se podía cortar con cuchillo y todos los humanos de esa ciudad tenían una navaja por que no sabían si cortarse las venas o cortar unas lonchas de jamón del caro…
Y así va El Escenario Ambulante, de puerto en puerto, de teatro en teatro, buscando humanos, espectadores que no tengan rabo, espectadores con un esqueleto duro, con sentimientos, deseos y recuerdos humanos.
El escenario viaja con sus habitantes. No está claro si el escenario es el lugar en el que viven o si el escenario está dentro de los artistas, es su interior. Quizás sea ambas cosas, su casa y su interior.
El escenario está habitado por 3 artistas e infinitos personajes, sentimientos, emociones, sonidos, historias… Toda la historia de la humanidad está escondida en los pliegues de los telones, a fragmentos, deshecha, esperando el momento de encarnarse, de ponerse en pié. No solo la historia, es algo más: ayer, hoy, mañana.
El Escenario Ambulante es una playa llena de restos de viejos naufragios, de botellas con mensajes desesperados, de astillas y viejos autómatas que solo necesitan un poco de aceite para volver a respirar, es una playa en la Costa Da Morte, en la Costa Da Vida. Es la Cala del Fin del Mundo, hacia donde la vida arrastra todos los deshechos y los hechos.
Los artistas invocan a sus avatares que se meten en sus cuerpos cuando les sale del peluquín, sin avisar. Es un lugar casi solitario y a la vez superpoblado, es como Shangay antes de que la invadieran los japoneses: llena de vida invisible.
Apenas han salido del Escenario Ambulante para ver el mundo. No es que no necesiten salir, ellos quieren salir, pero es que el mundo les asalta constantemente, viene a visitarles, está allí encerrado, comprimido, escondido, ellos solo tienen que encontrarlo, desvelarlo, comprenderlo, escupirlo y el mundo rebota como una de esas bolas de goma que parece que nunca van a parar de rebotar. Ay, el mundo.
Antes que ellos otros habitaron este escenario y cuando ellos desaparezcan vendrán otros. Guardianes del viejo oficio, el oficio de pulir el espejo, de mantenerlo limpio y deformado para que los humanos puedan verse y asustarse de lo que ven, con la boca torcida, hermosos como amapolas, impotentes ante la avalancha, descafeinados, puro jalapeño, dragones escupefuegos, hormigas pisoteadas, ojos de Buho, ojos de serpiente. Los humanos se colocan ante el Escenario Ambulante para mirarse en el espejo deformante y suspirar. RISA: Raros Inviernos Salteados de Ambar,
El pianista apenas habla con la boca. Habla con los dedos. Sus dedos son unos traductores expertos. Es fácil mantener una conversación con él. Solo hay que preguntarle y sus manos hacen el resto. Sus dedos sobre el teclado hablan de sentimientos. Jamás en su vida dio un dato.
El actor. Habla y canta. Canta lo que hay que hablar, habla lo que hay que cantar. Blanco, de traje blanco, de piel blanca, de mente limpia. Sus personajes son otra cosa, pero él mira derecho a los ojos y su mirada es tu espejo. Sonríe con franqueza y tu te dices: claro, así es.
La actriz. Su volcán escupe lava y fuegos artificiales. Te habla derecho, por derecho, taurinamente. Palabras cuchillo. Negra, de traje negro, de piel tostada, de mente indagadora, revuelta, inconformista. Sus personajes son otra cosa pero ella te busca las cosquillas para que no te quedes en dique seco. Te hace moverte en la butaca. Te mete el dedo en el ojo y tu te dices: gracias, así es.
Los tres buscan aquello que quiere emerger y lo convierten en notas, palabras, canciones, recuerdos que nunca existieron, premoniciones de un futuro en el que nadie quiere creer, movimientos indoloros sobre el dolor, caricias envenenadas, risas torcidas…
Sus personajes están dentro de ellos. Hay una multitud en sus cuerpos pugnando por salir a pasear, por dar la charla, por cantar las cuarenta. Esos cuerpos son la ONU, la Enciclopedia Larrouse, el vademecum de los corazones destrozados, un carnaval de miopes… Esos cuerpos son contenedores de seres por despertar.
El escenario ambulante está superpoblado de seres invisibles, de objetos reveladores, de historias escritas sobre el agua. En el día de hoy vendrán en desbandada hiper organizada, como una estampida de espectros en perfecto orden, como un ejercito de zombis desfilando para los vivos, como una familia de insectos capaces de cargar sobre sus hombros diez veces su propio peso.
Cada día la verdad desnuda se baña en agua de rosas sobre el Escenario Ambulante. Los artistas esperan ansiosos al público preguntándose si hoy vendrá de funeral o de fiesta, pero ellos tienen la obligación y el gusto de estar siempre de velatorio. El velatorio es una despedida y a la vez el inicio de un camino nuevo. Es como si cada humano que muriera abriera una puerta. La fiesta invade silenciosa el tanatorio. Se va pegando a los pliegues de los recuerdos que corren saltarines de boca en boca, se incrusta en las costuras de las miradas perdidas, de las palabras huecas: yo también perdí a…, me acuerdo un día que saqué a pasear al perro y… mira que era buena persona… La fiesta penetra a altas horas en los huecos húmedos de los amantes anónimos, en las pupilas dilatadas de los dolientes sinceros, en la lengua iluminada del que perdona y comprende. La fiesta le quita hierro a la muerte y la coloca en su lugar. Su lugar es la lenta descomposición de los pasos y los abrazos, la natural corrupción de la belleza, la parsimoniosa ceremonia del olvido que permanece.
Esa es la función de los artistas del escenario ambulante: la misma que tiene la fiesta en el velatorio.
Los humanos ya han llegado, se sientan y esperan. Pero ¿a que esperan?. En lo que esperas la cosa está ocurriendo y ni te has enterado.
Los artistas les reciben sobre el escenario, no hay más que escenario, no hay camerinos ocultos, si servicios escondidos, ni pasillos donde matar los nervios. Están sentados en sus sillas de artistas, ahí delante en el proscenio, justo en el punto de la playa en que el mar lame la arena, como si los humanos llegarán a casa de un amigo. ¿Por qué se llamará a la Alemana esa manera de convertir el escenario en un callejón sin salida?. Solo hay una puerta abierta, una gran puerta: la que da a la Calle de los Humanos. No hay más remedio que adentrarse.
Durante la función los artistas se dejan invadir por los personajes invisibles y los humanos se suben al escenario con los cuerpos de sus mentes y bailan, cantan, beben, hablan. Se piensan ahí arriba tocando el piano y cantando una canción desgarrada pero en realidad están parados en sus asientos. No inmóviles, sino inquietos, no en stop sino en sprint. Las neuronas espejo de los humanos bailan “el mambo de los inocentes”.
Sobre el escenario ambulante ocurren cosas. A veces las palabras apenas nacen ya se creen más importantes que la boca y se vienen abajo, desaparecen, para dejar espacio al paseo, al trago, al abrazo, al misterio.
Una canción te hace creer que sabes cual es el camino, pero el camino vuelve a disolverse ante tus ojos.
Dos viejos que ya no tienen que agradar, que ya no tienen nada que ganar ni que perder, dos seres diminutos, sobre dos sillones desconchados, un hombre y una mujer en bata, tapados con mantas de cuadros, destapados con palabras desnudas, te dicen lo que tienes dentro. Y tu, humano, hablas con sus labios arrugados, con sus cabezas voladoras, con sus lenguas afiladas. “Todo es posible, no te dejes avasallar, no dejes que la vida te pase por encima como una apisonadora, levanta el ánimo y lanzate a las calles, tómalas, son tuyas”. Miran a los poderosos con rabia de perros rabiosos, con elocuencia de filósofos griegos a punto como están de meterse en la bañera con agua caliente y una daga afilada. A punto de darse cortes en el muslo, en la mano, en la cara, tranquilos y lúcidos dicen: “yo pensaba que aquel banquero era un hombre más, pero es una hiena que ríe mientras devora, es un tiburón que se come así mismo enloquecido con el sabor de su propia sangre, es una serpiente que se camufla entre las rocas esperando a que pases. Yo pensaba que aquel político tenía sentimientos pero resulta que duerme bien, el tipo duerme bien mientras toma decisiones que son como trituradoras picando carne, son apisonadoras de deseos, de ganas de vivir. Duerme bien mientras miente, se sueña mitiendo impunemente. Se dice en sueños: esto es así, esto es así, esto así como un mantra infinito. Y si. Acaba por creerselo. Pero yo también he tenido un sueño: Este hombre, el que se sueña mintiendo, se despiertan de su sueño pero no se despierta en su cama. Se despierta en una cama fría y dura y llena de gente a la que no conoce, pero ellos a él si. Le dicen: papá anoche no cenamos, tengo hambre, papá. Pablo, a ver si encuentras trabajo hoy o esta semana o este mes o este año, y él no se llama Pablo, no recuerda como se llama. Papi no tengo libros para el cole, me gustaría tanto tener una muñeca aunque sea de trapo. Pablo ya no se que hacer, los vecinos me han dado algo de arroz y unas patatas, son buena gente, pero que te parece si vamos al comedor social, nos van a echar de casa Pablo, llevamos 3 meses sin pagar la hipoteca, papá no estés mal, te quiero. Y el hombre ahora se llama Pablo por fin y dice: yo también te quiero mi amor. Me voy a vestir y voy a buscar trabajo de lo que sea, mi vida, de lo que sea. Y se asusta de sus palabras y sale a la calle y no sabe hacia donde caminar y se va al bar donde hay otros Pablos. Y así durante 21 días. El día 21 se acuesta en su cama superpoblada y se despierta en su cama caliente, blanda y vacía, con sábanas de seda. Se pone los postizos y se va al ministerio”. Ese ha sido mi sueño. Sigue mintiendo pero ya no se cree sus mentiras. ¿cómo estáis vosotros humanos?. Yo estoy bastante jodido, indignado, cansado, aburrido de gritar. Y ahora, ya tan cerca de la muerte siento un amor infinito por esa niña que quiere tener una muñeca aunque sea de trapo y me tiro al monte. Me voy con mi machete a la espalda, me construyo un avión de madera y me lanzó en picado a lo kamikaze sobre ese hombre que pudo llamarse Pablo y le hago picadillo.
No. Que va. Tirarse al monte…