Aprender cosas nuevas y recordar otras. Cuando supimos que venía, todo fueron preparativos y cambio de planes. ¿Cómo contar todo lo que vivíamos en esos momentos? ¿Cómo describir los sentimientos y los miedos? ¿Las emociones, los amigos y familiares, la tierra…, todos ellos tan distintos y, a menudo, tan distantes?
—¡Un cuento! — me dije. Y escribirlo me llevó cinco años. Contárselo, uno más. Escribí, corregí, taché, eliminé, olvidé, recordé, volví, reescribí, y finalmente… lo conté:
Una aventura con personajes de la mitología popular que se proponen curar a un haya envenenada. Un arrendajo reúne a los demás protagonistas y los acompaña en la búsqueda de los remedios necesarios para el árbol enfermo. Además del pájaro están el enano, el hada, las ninfas, el alicornio,… y la lamia… ¡y el dragón!
—¿No tienes el cuento para leerlo como los demás cuentos? — me preguntó, mientras señalaba uno de sus libros infantiles.
De aquello y de esto nació la necesidad de conseguir el libro impreso, que estuviera con dignidad en la estantería de su pequeña biblioteca. También debía tener ilustraciones que pudieran llegar donde no llegaba la letra, que agradaran unas veces, y que asustaran en otras ocasiones, según tocara, y además, una portada bonita y alegre.
Por muchos motivos, la historia de un árbol y de una canción debería pasar por imprenta: para hablar de familia, de amistad, de solidaridad, de la responsabilidad común, de la Naturaleza, del respeto, de las raíces de la cultura popular que nos impregna a todos en mayor o menor medida, …
Pero yo he querido dar mi razón primera. Y esa es la que os he contado.
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