La brillante Gabriela Saz se siente profundamente frustrada en su intento de involucrar a los bienintencionados académicos de la Fundación Amparo para combatir legalmente la creciente marea de xenofobia fascista que recorre Europa.
Decide aceptar la propuesta de una ONG de derechos humanos para investigar el intento de asesinato de un inocente ciudadano senegalés y acude a Sevilla con su mentor, Pedro Ancorados.
Pronto se da cuenta de que lo que tenía apariencia de un ataque racista más, contiene incógnitas que les sobrepasan, piezas que no encajan, y se debate en el dilema ético de implicar al viejo Bruno Lodde, el factótum del imperio Lancara. Con su ayuda tendrá posibilidades de resolver el crimen pero se sentirá responsable de los métodos drásticos que acostumbra a utilizar.
Gabriela debe afrontar una trama criminal que discurre entre la Sevilla que no aparece en las guías turísticas y el poroso confín de las Rías Baixas donde proliferan con más poder que nunca las nuevas empresas de importación y transporte de estupefacientes.
No es posible luchar en el lodo sin mancharse las manos.
Me nacieron en Pontevedra en 1972 pero, aún siendo más gallego que Castelao, resido en Sevilla desde 1999. Soy un emigrante. Cursé estudios de Geografía e Historia a orillas del río Lérez pero pronto emigré al Támesis, donde viví varios finales de un siglo, hasta que una sevillana me cambió el cauce para desembocar en el Guadalquivir. Cuando tenía cuatro años descubrí que la M con la A decía MA y que todas aquellas letras que formaban palabras también abrían las cerraduras que contenían historias, mensajes y aventuras. Blyton, Salgari y Verne acompañaron mi infancia; luego llegaron Forshyth, King, Rivas y la Filosofía. En casa, a veces nos cortaban el teléfono y pasábamos estrecheces pero nunca faltaban libros. Los libros pesan mucho cuando llenas una maleta sin ruedas para arrastrarla por la capital del penúltimo imperio buscando dónde dormir. Aún no se había inventado un formato electrónico para llevarlos en un bolsillo. El milenio amaneció en Sevilla y al poco de mi llegada se despertó una vocación dormida. Durante 13 años desarrollé una intensa actividad en la defensa de los derechos de los trabajadores. Mucha épica en las trincheras y algunas decepciones en los despachos. Cuando me ofrecieron mayores responsabilidades tuve ocasión de descubrir los cadáveres que escondían los armarios y las enseñanzas de Kant me susurraron que debía dimitir. Desde entonces, me decidí a cumplir la promesa postergada durante tantos años, dejé a un lado los discursos, los relatos cortos y los guiones corporativos para zambullirme en el empeño de escribir una novela. Tras nueve meses nació Piedra Sobre Piedra (2018), de padre Filosofía y madre novela negra. Y ya no me pude detener. Un año después tuve a mi segunda hija, Actitud Norte (2019), y antes incluso de que aprendiesen a andar me empeñé en una tercera, Anatomía de los Principios Perdidos (2020), que terminé de escribir en la primavera de la pandemia.
«Una joven brillante necesita un desafío en el que volcar sus capacidades. La creciente marea de xenofobia fascista parece apenas un rumor ajeno hasta que le piden esclarecer el asesinato de un inocente y descubre que está dispuesta casi a cualquier cosa, incluso comprometiendo las fronteras de su ética particular, incluso jugándose la vida. Narcos gallegos con conexiones políticas, lumpen de barrio, pequeños ejércitos privados y el choque de la filosofía bienintencionada contra la cruda realidad… Una realidad más compleja, violenta y descarnada que el resumen narcótico que nos ofrecen los telediarios».
«Hacía un par de horas que se había hecho de noche y el callejón estaba mal iluminado pero se distinguía la figura del africano acercándose a unos veinte metros. El cabrón parecía contento. El trío permanecía en la esquina, con sus gorros calados y las bragas de abrigo cubriéndoles hasta la nariz. Cualquier observador habría supuesto que la actitud de aquellos tipos no auguraba nada bueno pero Pape seguía aproximándose sin apenas darse cuenta de su presencia. Cuando estaba ya a pocos metros de distancia, se oyó una voz a su espalda. –¡Oye! Oye, colega. ¡Eh, tú!, ¿sabes cómo se llega a la calle…? En cuanto Pape se gira hacia la voz, dos hienas caen sobre la cebra. Sin palabras ni advertencias. La porra extensible golpea la lana que le cubre el cráneo, un puño americano le desinfla el aire desde el diafragma y un par de enormes manazas arrastran el cuerpo indefenso hasta la zona menos iluminada del callejón sin salida. Mientras tanto, el Mellao vigila. Ni un alma. Pape, se debate aturdido en el suelo, intenta cubrirse la cabeza por instinto. Suelta un gemido que es respondido por la acerada punta de una bota en la boca y que antecede a un baile metanfetamínico de patadas por todo su cuerpo. En unos segundos parece haber perdido la consciencia. Un guiñapo machacado sobre la fría acera. La sonrisa del señor Ndiaye está rota. Entonces, Tong Po detiene a sus secuaces. Le toca a él. Se agacha junto al cuerpo inerte y del interior de su plumífero saca una navaja abierta de unos quince centímetros. Toma aliento y sin más preámbulos hunde la hoja de un sólo golpe por debajo del esternón. Los ojos de Pape despiertan abiertos de par en par. Se oye un tenue silbido, tal vez un sollozo, pero no alcanza a saber si proviene de la garganta del negro o del aire que escapa de ese agujero que acaba de abrirle en el pecho. –¿Qué carajo has hecho, Po? –pregunta Josele alejándose un paso–. –Lo que había que hacer –responde como en trance–. Vuelve a agarrar el mango de la navaja y lo clava cinco o seis veces más en el abdomen inmóvil. Asegúrate –le han dicho–. Pues ya está seguro».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Manu Sierra os lo agradeceremos.