Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Nada es igual desde que despierta sudando como si hubiera sufrido una fiebre alta. Desde que pone un pie fuera de la cama, se ducha, se mira largamente en el espejo y sale a la calle, tiene la sensación de ser otra mujer. Sus sentidos lo perciben todo casi como por primera vez. Todo es intenso, nítido, brillante; los colores, el aire, la gente, la tormenta, el café. ¿Pero por qué? ¿qué ha pasado? Sólo recuerda haberse ido a la cama la noche anterior como todas las demás.
La aventura de un día imposible de explicarle a nadie. Una mujer que se desnuda en todos los sentidos. 24 horas para descubrir quién es ella ahora. Una estampida de pájaros ante fuegos artificiales en el alma y el corazón de una mujer, que por fin llega a la cita consigo misma.
Micaela G. Colón (Vilches, Jaén, 1975) se licencia en Historia del Arte en la Universidad de Granada en el año 2005, tras unos años previos al inicio de su andadura académica de no encontrar su lugar en el mundo y de no saber hacia dónde dirigir sus pasos. Es la estancia en Granada lo que acentúa su inclinación a la escritura, a escribir en cualquier circunstancia y lugar. En 2009 se traslada a Toledo por razones de trabajo. Es en 2013, tras la pérdida de su padre, cuando se decide por fin a darle el espacio en su vida a la escritura que hasta entonces le negaba. Con esta novela materializa un momento muy esperado, el de vencer los miedos incontables del camino de toda escritora.
«Creo que todos nos hemos hecho alguna vez la pregunta de ¿soy quién quiero ser? Y que todos nos debemos algo a nosotros mismos. Que necesitamos recordarnos a menudo que la autenticidad, la de cada uno, no se negocia con nadie aunque ser auténticos tenga siempre un precio. En este libro hay un rastro, señales, que inducen o inspiran a pensar que se puede. Se puede por asfixiante que sea la presión externa, por más que el mundo entero ruja asegurando que debes hacer lo que se espera de ti. Si alguna vez has sentido que quieres dar la batalla, sumergirte en estas páginas te removerá, puede que te haga sentir el vértigo de alguien que se hace cargo de ese desafío. Y que el miedo a que todo salte por los aires al final te haga descubrir que, en realidad, nada puede pararte cuando te decides.»
«Tenía la camiseta pegada al cuerpo. Las sábanas estaban húmedas, su cuello, las sienes, la frente, todo. Había despertado empapada en sudor.
Se incorporó despacio. Puso los pies sobre el suelo y aguardó un momento para recobrar el sentido de corporeidad.
En el espejo se miró a los ojos largamente, con curiosidad. Se quitó la camiseta y la piel perlada por el sudor brilló bajo la luz focal del cuarto de baño. Abrió el grifo de la ducha y sin desprenderse del pantalón corto del pijama se dejó estar bajo el agua. Todo su cuerpo la recibió agradecido. Notaba el tejido de la prenda adhiriéndose a su piel como si quisiera confundirse con ella. Apuró la sensación un poco más mientras su pelo, que asombrosamente había crecido, se le pegaba a la nuca. Estar bajo el agua era una fiesta. Una explosión de júbilo de cada poro de su piel. Sonrió. Y de pronto fue consciente de que lo hacía, de que estaba sonriendo allí, a solas, en un acto de lo mas trivial y cotidiano como el de darse una ducha. Y con esa sonrisa se deshizo por fin del pantalón del pijama, intensificándose todavía más la sensación de liberar aquella piel que no parecía la suya. Pero lo era. Ella al menos estaba allí, bajo la mojada piel que sentía radiante. El agua resbalaba por su cuerpo. Dejando caer el cuello hacia atrás se entregó al deleite, a aquel festín que estaban dándose sus sentidos. Luego llevó las manos al pelo, ese que al parecer también era suyo, lo tocó con suavidad comprobando a ojos cerrados hasta dónde había crecido, y después, sin dejar de sonreír, se llevó las manos a la cara. Palpó su rostro como había visto hacer a los invidentes cuando querían reconocer a una persona, con apenas las yemas de los dedos, firme pero delicadamente. Las líneas de expresión, el contorno.
Era ella. ¿Era ella?
¿De verdad lo era?»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Micaela G. Colón os lo agradeceremos.