A sus noventa y siete años, desde la soledad definitiva de su habitación en un humilde hogar de ancianos de Miami, una afamada declamadora de otros tiempos nos confía a corazón abierto todo lo aprendido en su largo e intenso peregrinar por esta vida.
En Carmina Benguría, en su voz cautivadora y decidida, encontramos a una preciada gloria de la época en que los teatros rebosaban de gente dispuesta a vibrar con la fuerza de la buena poesía. Pero, a poco de hurgar en ella, descubrimos en Carmina algo más que la joven que a mediados del siglo XX enamoró a toda Iberoamérica interpretando, dando nueva vida, a los grandes poetas de nuestra lengua; descubrimos que hay algo más dentro de esa persona condecorada por los gobiernos de Cuba, España, Perú y Ecuador con sus máximas distinciones culturales; hay en ella algo más que la mujer cinco décadas exiliada, fiel a sus convicciones humanistas. Simplemente, descubrimos en Carmina a un ser entrañable.
Buena parte de las largas conversaciones del autor con Carmina Benguría sobre la vida y la muerte, el amor y la amistad, personajes destacados de la cultura hispana, sucesos históricos poco conocidos y los misterios del alma, están reflejadas en esta obra.
Manuel Sánchez Dalama estudió Licenciatura en Economía y Periodismo, profesiones que combina con la creación literaria. Nacido en 1951 en Santa Clara, Cuba, desde el año 2000 reside en España. Ha publicado las siguientes novelas:
En el medio audiovisual ha realizado, además, la asistencia de producción del documental germano-español El alemán de Camelle (2007) y la coproducción en Estados Unidos del CD Carmina Benguría – Una voz universal (2012).
«Carmina, de todo está hecha la poesía y a ella se agrega tu dulce voz. Tenemos que ser buenos caracoles para recoger todos los sonidos de nuestro tiempo, el de las campanas y el de la nieve, el de las hojas y el del papel, para que tú los conviertas en metal invulnerable»; Pablo Neruda.
«Desde la ventana de mi habitación en el Miami Jewish Home se ve un parque con senderos por los que la gente transita en una u otra dirección, mientras yo, que no veo muy bien, contemplo sus siluetas desde lo alto. Por el día el sol recorre los rincones del parque, oscurecido solo cuando alguna tormenta vespertina lo estremece. Ciertas noches brillan mil estrellas en el firmamento; otras la luna impone su fresco resplandor, y también hay momentos de absoluta oscuridad en el pedazo de cielo que hoy me es dado contemplar. El paisaje que muestra mi ventana siempre es el mismo, pero también es distinto.
Pocas veces salgo de esta habitación con baño compartido y nunca bajo al salón donde por el día permanecen sentados los otros ancianos. Muchos están sedados, parecen figuras de cera, y nada a gusto me siento entre ellos. Casi nadie viene a visitarme ya, y lo comprendo: soy un ser de otro tiempo que aún respira en este tiempo. Pero no lamento mi aislamiento, al contrario. Desde niña he amado la soledad fecunda, esa que trae paz interior y permite intuir la verdad oculta tras las falsas apariencias.
Paso muchas horas pensando. Recuerdo cosas hermosas del pasado, sueño con Roberto y los amigos idos, escucho la radio, leo con dificultad algún poema y medito sobre los misterios de la vida. También “hablo” mucho con Dios y le sigo preguntando “¿Por qué?” a las cosas que me sorprenden, solo por el afán de conocer, porque lo inevitable he aprendido a aceptarlo sin quejas.
Soy vieja, muy vieja, y soy feliz. He sido una mujer que lo ha tenido todo en la vida amablemente. A mí me ha tocado vivir, conocer personas de muy diversa condición y estar presente en sucesos importantes. Mi existencia ha sido trazada, como si estuviera escrita de antemano. La vida es una aventura a menudo cruel y muchas veces me he preguntado: “¿Qué hice Dios mío para merecer esto?”, porque se me daba todo bien. Tuve que defenderme en muchas ocasiones, es verdad, y también enfrentar grandes dificultades; pero al final los acontecimientos siempre se desarrollaban a mi favor, como si fuera algo natural.
En estos momentos solo empaña mi paz el saber que nunca más volveré a la tierra donde nací. Quiero mucho a mi país, y mi país me quiso mucho a mí. También llevo en el corazón, como una gran patria, a toda esa América hispana que tanto me distinguió.
Nada de lo que ocurre en el Universo, por incomprensible que parezca, es fruto del azar; por eso sé que el hecho de que tú y yo estemos conversando ahora no es una casualidad. Nuestra amistad no es obra de la casualidad.
Quieres que te cuente de mi infancia y qué sé yo. Siempre he preferido pensar en el presente, aunque es verdad que en los últimos tiempos, cada vez con más frecuencia, mi mente viaja al pasado…»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Manuel Sánchez Dalama os lo agradeceremos.