Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Un virus comienza a propagarse en cuestión de días a lo largo del mundo, provocando una pandemia que en tan solo una semana pone en jaque al planeta y reduce su población a la mitad. A lo largo de catorce países y cinco décadas, se cuentan las vivencias de diversas personas y cómo resisten los efectos del auténtico protagonista de esta historia, el virus, en su afán por sobrevivir.
¿Cómo se pueden enfrentar personas normales a esta situación? ¿Cómo reaccionaría el planeta ante una crisis de tal magnitud? ¿Cuál sería nuestro futuro como especie? La lucha por la supervivencia y el progreso son el eje central de esta novela, que explora las virtudes y carencias del género humano y pone a la humanidad al borde de la extinción.
Aníbal A. Quesada Campos (Guardamar del Segura, 1988) es músico profesional y emprende su camino en el mundo de la escritura a la temprana edad de doce años. En 2009 gana un concurso de microrrelatos en Cehegín y tan solo un año después publica su primer libro, Relato de un Alcohólico, una novela adolescente con tintes de drama. Finalizó sus estudios musicales en el Conservatorio Superior de Música del Principado de Asturias en la especialidad de trompa. Siempre le ha fascinado lo desconocido, la ciencia-ficción y los crímenes, un cóctel que combinó en su segunda novela Los casos Black Velvet, publicada en 2022, año en el que también gano el XXVII Concurso de Narrativa Corta Real Villa de Guardamar con su relato Estaciones. Actualmente se dedica a la enseñanza de música en su especialidad instrumental y lo compagina con la escritura.
«El miedo es el sentimiento más primitivo que los humanos conservamos, algo que nos hace huir y evitar el peligro. En la última década, el planeta ha comprendido que por mucho que las personas hagan por sobrevivir, un virus puede acabar con todo eso en un abrir y cerrar de ojos.
La exploración de las emociones y los sentimientos más personales, la familia, la ciencia y la supervivencia son el eje central de esta historia. A pesar de tener capítulos aparentemente inconexos, el virus hace de hilo conductor entre todas ellas. Un virus que azota hasta el lugar más recóndito del mundo y pone en jaque a la humanidad enfrentándola a la extinción, capaz de hacer que se manifiesten las bondades de algunos y las miserias de otros.»
«La moto comenzó a aminorar y, por lo que parecía, sí que se dirigía al bar en el que se encontraban. A pesar de ser un antro al lado de la carretera, nadie pasaba por allí, siempre eran las mismas personas, los mismos siete exceptuando los viernes y sábados, que Cuarentine y Sismo, los gemelos gordos de la granja Triste, se acercaban a beber hasta desmayarse en una de esas enormes mesas antiguas de póker. Tener a un turista, a un buscador de tesoros, o de aventuras, podría ser una muy buena salida de la rutina, o tal vez podría costarles la vida a todos. De cualquier modo, sería algo distinto a cualquier miércoles de la semana, suponiendo que aún estaban en miércoles. Era difícil saber en qué día se encontraban cuando no entraban ni salían de ningún lugar. Lo cierto era que solían saberlo cuando llegaban los gemelos.
Un hombre delgado se bajó de la moto y entró en el local. Llevaba gafas de sol, un pañuelo cubriéndole la cabeza y una mascarilla de respiración con filtro térmico cubriéndole la boca. No se podía ver ni un centímetro de su rostro. Comenzó a acercarse a la barra. Con cada paso que daba, sonaban unas espuelas en sus botas y eso hacía confirmar lo que todos se habían imaginado al ver la motocicleta, se trataba de un extranjero, de un turista, de un americano. ¿Qué haría por aquellas tierras en los tiempos que corrían? La única manera de saberlo era preguntarlo. Pero por aquellos lares no era común la hospitalidad y el buen hacer de cara a una presentación, lo tradicional era prácticamente que te escupieran en los pies y te dieran un tortazo de bienvenida.
Russell se subió los pantalones, sacó pecho como buenamente pudo y dijo.
?Buenas tardes, amigo, ¿quién demonios entra en un bar frecuentado por clientes y no saluda? ?el tono en el que lo dijo era claramente hostil, pero no tenía por qué serlo para alguien que no lo conocía.
El hombre de la moto pasó por completo de sus palabras sin dedicarle tan siquiera una mirada y continuó su paso lento e incesante hacia la barra.
?Parece ser que no me ha oído, amigo, pero ¿qué menos se le puede pedir a un desconocido que dar las buenas tardes al entrar en un bar del cual no es cliente? ?insistió con aparentes ganas de bronca por su parte. Pero, de nuevo, el turista pasó completamente de sus palabras y continuó andando hasta llegar a la barra y apoyarse en ella.
Sin quitarse absolutamente nada de la cara miró a Buster, sacó un puñado de dólares australianos del bolsillo y los puso sobre la barra. Con una voz claramente robotizada a consecuencia de la mascarilla de filtro dijo:
?Agua.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Aníbal A. Quesada Campos os lo agradeceremos.
