
Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
En La noche del cometa, la barrera entre lo cotidiano y lo horrible se deshace sin previo aviso. La obsesión con una casa, una cesárea bajo la incertidumbre, una visita comercial, un regalo familiar o un niño en su veraneo: situaciones normales que, poco a poco, se deslizan hacia la extrañeza. Los personajes intentan sostener la rutina mientras algo —una sombra, una decisión, un deseo— empieza a desajustarlo todo. No hay monstruos ni castillos, solo el miedo que nace de lo que conocemos demasiado bien. Estos relatos hablan de esa grieta en la vida diaria por la que se cuela la inquietud, la culpa o la pérdida. Lo cotidiano se agrieta, y lo que asoma es tan reconocible que da miedo.
Rocío Tizón (Carabanchel, 1979), escritora, traductora y profesora de talleres literarios.
Es autora de Creer lo increíble: verdades y mentiras sobre los juegos de Rol (NoSoloRol, 2007), Filos (Atlantis, 2010) y ha participado en numerosas antologías, como Retrofuturismos, Ritos de Dunwich, Barrio Punk (Cazador de Ratas), Orgullo Zombi 4, Brumas del Miskatonic y Costumbres: terrores con voz de mujer.
Es la traductora del juego de rol The Dresden Files (NoSoloRol, 2015), de varias novelas y de La libertad de lo fantástico: ensayos sobre Clark Ashton Smith, Soledad Necesaria, VIVO, la vida de Gustav Meyrink, Chapitel al alba, colina solitaria, Zothique y Relatos Macabros: Narrativa Completa Bilingüe de H.P. Lovecraft (todos de Aurora Dorada).
Sus relatos han sido traducidos al inglés y al búlgaro.
«La noche del cometa no pretende asustar, pero inquieta. Habla de lo que se quiebra sin hacer ruido: una rutina, una conversación, una certeza. Los relatos empiezan en lugares comunes —los que me suelen dar miedo— y acaban en zonas donde ya nada encaja del todo. No hay monstruos, solo personas que, sin saber cómo, cruzan una línea. Quizá te reconozcas en ellos. Tal vez descubras que el miedo no siempre grita. Y cuando eso ocurre, ya no hay vuelta atrás.»
«Todo se basaba en la respiración, en la forma en que el aire entra en el cuerpo. Cuando sintiera toda aquella ansiedad, debía inspirar y expirar cinco veces. Con el vientre, no con los pulmones, que resulta algo difícil al principio, pero enseguida se le coge el truco. Y si no me tranquilizaba, otras cinco. Y así hasta que me calmara del todo.
Respondí que ni siquiera podía respirar con normalidad. Había enterrado a mi mujer y una parte de mí se había marchado con ella. Para siempre. Aunque viviera doscientos años sobre la faz de la tierra, nadie iba a devolverme aquel trozo mío que se había perdido. Ahora mismo, mi pecho era un muñón, porque me habían extirpado una porción de alma, o de lo que fuera. Y aquella chica, recién salida de la facultad, con zapatos que valían tres veces su sueldo, me hablaba de obviedades, de dejar ir al familiar fallecido. O de imaginarlo envuelto en una luz.
—A veces nuestros seres queridos no se van porque no les dejamos irse —dijo mientras se toqueteaba el piercing del labio—. Debemos darles las gracias por el tiempo que han compartido con nosotros y dejarles marchar hacia la luz, hacia el Todo, donde entrarán en comunión con otras almas y serán felices para siempre.
La conversación fue quedando en segundo plano, como cuando hablamos por teléfono y está puesta la televisión. Mi cólera, sin los ansiolíticos, se fue acrecentando. Llegó un momento en que no me dejó intervenir, levantando la mano para pedir que no la interrumpiera. Recitando la asignatura completa. Y fue entonces cuando noté una punzada en la boca del estómago, y un borrón y una sensación como cuando asentimos en un sueño aunque no entendamos las palabras que nos dicen, porque todas las piezas encajan.
Y entonces la cháchara de herbolario se interrumpió.
Cuando se me aclaró la vista, la psicóloga bohemia estaba tendida en el suelo, como si se hubiera desmayado. Qué situación. De nuevo pensé en por qué me tenía que pasar eso a mí. Seguro que veía a varias decenas de pacientes al día y justo le tenía que dar ahora el mareo. Le di unos golpecitos en la cara. La tomé de los hombros y la sacudí. Comprobé el pulso en la muñeca. Nada. En el lateral del cuello. Tampoco. Salí disparado al pasillo y pedí ayuda. Era un edificio repleto de oficinas. Vinieron los administrativos de la agencia de viajes que había enfrente y en medio del caos, pude constatar, en un pensamiento paralelo, que uno llevaba aún una calculadora en la mano.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Rocío Tizón os lo agradeceremos.
 
					
				