Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
2032. Debido al cambio climático, las altas temperaturas secan las lágrimas de los recién nacidos. Solo una minoría de niños lloran al nacer. Son educados en academias especiales. Ciudades históricas como Barcelona quedan anegadas bajo las aguas, Heidelberg es calcinada por la sequía. Los supervivientes viven refugiados en bunkers bajo tierra como la Academia H, donde Sara, profesora de filosofía, y Diego, profesor de historia, se unen contra el nuevo sistema educativo. Su amistad está proscrita en una sociedad sin lugar para el individuo. Orfeo, músico y jurista, y Eurídice, artista y fotógrafa, viven un descenso a los infiernos, del que solo la música y el arte pueden salvarlos o condenarlos: cuando no hay estaciones, tocar en el piano una pieza de Vivaldi es una transgresión.
Nací en Lleida en 1980. Después de vivir en Barcelona, Heidelberg y Bruselas, he vuelto a mi ciudad natal. Crecí en Ripollet, un pueblo de clase trabajadora cerca de Barcelona, donde aprendí los valores de la solidaridad y el esfuerzo, que siguen presentes en mi vida. Tengo una formación en arte y soy doctora en derecho. Me gusta escribir para pensar sobre los derechos humanos, la libertad, la memoria y la ficción. La docencia y la investigación son para mí una forma de compartir conocimiento y pensamiento crítico. He sido profesora de Libertad de Expresión y Deontología Periodística, Derecho Constitucional, Derechos Humanos e Investigación Artística en la UAB, la UOC y EINA. En la actualidad doy clases de Género y Derechos Humanos en la UNIR y estoy cursando el Doctorado en Comunicación de la Universidad de Sevilla.
«Cuando vivía en Heidelberg, Alemania, me gustaba observar el cambio de las estaciones con mi cámara analógica. Al volver, imaginé un mundo donde ya no hubiera estaciones debido al cambio climático, ni lágrimas. Esa distopía fue cobrando forma en esta novela, unida a un sentimiento de injusticia ante la deshumanización del presente, el auge de identidades cerradas, y un sistema educativo, donde el arte, la música y las humanidades pierden terreno. La ficción nos permite imaginar universos imposibles que nos evocan realidades a las que hacer frente, como Orwell ya nos advirtió. Siempre he escrito a lo largo de mi vida, he publicado libros sobre derechos humanos, pero escribir esta novela ha sido un reto para mí, que espero ahora compartir con el lector de La tierra sin llanto».
«En 2032 empezó también la gran sequía. Hubo incendios, perdimos los bosques. Luego se derritieron los hielos de la Antártida. El nivel del mar subió y empezaron las mareas de refugiados que huían de ciudades como Barcelona. No todos podían huir, la mayoría murieron ahogados. Yo fui una de los supervivientes. Nos desplazamos a vivir a los Pirineos, como islas en medio de aquel calor mortal, y pronto empezaron a construirse los bunkers para protegernos de la radiación solar. Al principio no se vio la conexión entre las altas temperaturas y la ausencia de lágrimas. Sencillamente, eran niños normales, sanos y fuertes, que no lloraban al nacer, ni en vida. Seguían sonriendo siempre. Hubo pruebas terribles para aquellos pobres seres, sometidos a excesos cada vez más fuertes, de estrés, miseria y esfuerzo físico, debido al cambio climático. Pero la mayoría de los niños lo soportaban todo sin una sola lágrima. Nunca lloraban. Se decidió crear un sistema de educación dual: los que lloraban serían educados aparte. Las familias intentaban por todos los medios mentir para no ser separados de aquello a lo que más querían, sus hijos, pero era necesario para la supervivencia de la humanidad. La mayoría de los niños parecía que no sufrían, seguían sonriendo. Ni una lágrima.
La incertidumbre duró unos años. Coincidió con la llegada de temperaturas cada vez más altas. Hubo conjeturas. Pronto se asoció la ausencia de lágrimas a la crecida del calor en la tierra. Era un cambio adaptativo. Lo que inicialmente se vivió como una tragedia pronto fue considerado por los científicos como un necesario cambio adaptativo para hacer frente a la dureza de los nuevos tiempos. Un paso más en la evolución, necesario para hacer frente a las terribles condiciones en las que habíamos llegado a vivir. Las lágrimas se secaban durante el embarazo, el lacrimal quedaba atrofiado y seco. Los niños no lloraban, ni llorarían al nacer».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Nuria Saura os lo agradeceremos.