Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
La Tierra como planeta habitable tiene sus días contados, por culpa de lo mal que los seres humanos la han tratado durante milenios. La única solución que se vislumbra es una huida hacia adelante, es decir, explorar la posibilidad de habitar otros planetas. Con esta finalidad se organiza una expedición en la cual a un condenado a muerte se le ofrece la posibilidad de viajar a un planeta alejado que, se supone, podría ser habitable, en un viaje lleno de riesgos e incertidumbres. Se le ofrece el señuelo de ir acompañado por cuatro androides con apariencia de mujeres atractivas que tripularán la nave y le acompañarán en su estancia futura. Pero al final ocurrirá ni la elección del pasajero ni la de la tripulación serán las más adecuadas para el éxito de la misión.
Iñaki Bernaola (Bilbao, 1952) ha compaginado a lo largo de su vida la profesión docente, en la cual ha desempeñado diversos puestos (maestro, director de escuela, inspector…), con su afición por la escritura. Dentro de su actividad literaria, tiene varias novelas publicadas, tanto en euskara (Bonga, Zugarramurdiko kontesa, Hamabost urteko naufragoa, Lau idazluma ahizpak) como en castellano (El Célibe, Plegaria por un niño olvidado, La leona que quiso ser gacela, El Palacio de Sotomayor). También ha publicado relatos cortos y artículos de prensa, y ha colgado en la red un blog titulado Memorias de un Músico Mediocre, relato autobiográfico donde a través de la música, otra de sus grandes aficiones, se desgranan diversos aspectos de su vida.
«Las novelas de ciencia ficción, o al menos muchas de ellas, nos ofrecen un reflejo de las características, de las virtudes y de los males de las sociedades que conocemos, trasladados al contexto de un hipotético mundo futuro. A lo mejor es así porque la mayoría de los autores pensamos que, por mucho tiempo que pase, la humanidad seguirá perseverando en sus errores: Un desprecio por la naturaleza que, al fin y al cabo, es la que nos garantiza que podamos vivir en este planeta. Y lo mismo una forma de relacionarnos entre nosotros plagada de prepotencia, de machismo, de intransigencia y de hipocresía. Pero mientras no seamos capaces de llevar a cabo un cambio radical en nuestra forma de pensar y de actuar, la humanidad no será feliz ni en la Tierra ni en ninguna otra parte.»
«—Has olvidado que antes de entrar en la cárcel te ordenamos que estuvieras calladita?
El realidad lo recordaba perfectamente, entre otras razones porque no era la primera vez que me trataban con diminutivo. Hasta entonces lo había considerado una galantería, bien que un tanto ridícula. Pero en esta ocasión me di cuenta de que Lewis estaba utilizando un tono muy diferente, y de que su intención no era hacerse el seductor, sino otra.
—Es cierto, señor Lewis. Pero lo hice creyendo que ello iba a redundar en beneficio de la misión.
—¿Y desde cuándo es cometido de una androide que lo único que tiene que hacer es escuchar y obedecer decidir lo que es bueno para la misión y lo que no?
—Comprendo, señor Lewis, su irritación. Pero lamento decirle que sus intervenciones han sido muy negativas, e incluso que han estado a punto de dar al traste con la tarea que teníamos encomendada.
Si fuera hoy a no dudar habría adoptado otra actitud más diplomática, porque conozco mejor la mente humana. La consecuencia fue que Lewis estuvo a punto de darme una bofetada, y si no lo hizo fue porque sabía que en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con cualquiera de nosotras llevaba las de perder. Pero para mi sorpresa, el propio Stanford salió en mi defensa:
—Smith tiene razón. Has estado a punto de cagarla un par de veces, y además al final ha sido ella quien ha acabado exponiendo nuestra propuesta, porque yo mismo tampoco estaba seguro de cómo hacerlo.
—O sea, que encima tenemos que ponerle una medalla.
—No te cabrees, Frank. Lo importante ha sido cumplir el objetivo, y si para ello hemos necesitado la ayuda de Smith, pues bienvenida sea.
Pero Frank Lewis seguía cabreado, porque había también otra razón para ello: se había elaborado una lista de personas “autorizadas” para confraternizar con nosotras. Por mera cuestión de rango, a los jefes de departamento se los incluyo en la lista, entre ellos a Stanford. No obstante, a Frank Lewis, un cuarentón con la juventud ya echada a perder entre el tabaco y el whisky, desprovisto de cualquier atractivo, casado pero con un matrimonio que se creía no era demasiado feliz, lo dejaron fuera de la lista de autorizados, porque no había ninguna razón para que los encargados de seguridad se pasaran la vida “confraternizando” con nosotras.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Iñaki Bernaola os lo agradeceremos.