Dani adora a Abel, su hermano mayor y para nada un ejemplo a seguir. Después de una sobredosis, no la primera, Dani enredará a Abel en la búsqueda de su padre que nunca llegó a conocer. Un viaje de kilómetros, sonidos, paisajes, tiempo y conversaciones que se convierten en sinceras y conmovedoras declaraciones entre hermanos. Anna es una reconocida pintora incapaz de disfrutar de su éxito. El sentimiento de culpa se lo impide y un misterio que la envuelve la condiciona. Aaminah, carne de mercado, esclava sexual de hombres que, a través del miedo, imponen su ley. Se ha propuesto no claudicar: «Hoy no seré vuestra». Tres historias emocionales que se cruzarán, basadas en las relaciones personales que transcurren entre Barcelona e Irak, conviven con la culpa, la pérdida y la cobardía. Protagonistas que se acabaran marcando y complementando. Humor a través de una entrañable abuela de pueblo de vueltas de todo, y un hermano rebelde que tiñen de color la oscuridad de la pena. Un reconocimiento del valor de la amistad por encima de todo, del amor idolatrado, del amor prohibido, del imposible y del venerado.
Nacido en el 73, del 24 de enero. De una noche de lluvia, de la de verdad, de la de antes, de cuando los zapatos, los calcetines y los pantalones quedaban calados hasta los tobillos al cruzar la acera. Noche de frío, del 600 que no arrancaba y de empujarlo como se pudo, con mi madre dentro embarazada de mí y de conducir sin carné, mi padre. Antes tuvimos que pasar a recoger a la comadrona por su casa que, viendo las horas que eran decidió dejar que la naturaleza siguiera su curso y posponer su acompañamiento hasta la mañana siguiente. Ese fue mi viaje hasta llegar a la clínica Alianza. Disimulo las lágrimas que una película me provoca.
«A aquellos lectores que disfrutan leyendo una conversación donde se narran momentos que en su día no diste importancia o simplemente ni recuerdas. Lo que marcó a otras personas, lo que hicimos para bien o para mal. Cómo nuestras vidas van entrelazadas con otras vidas. De la decisión que tomaste y de la repercusión de esta. Si te apetece adentrarte en la piel, en el sentimiento cruel de la pérdida, del recuerdo, del espacio que se deja. Si te adaptaste a un amor para rescatarlo o si quieres pero no enloqueces, si podrías darlo todo a cambio de nada o si codearse con la muerte no necesariamente debe de ser dramático. Si lo que buscas es una lectura que te impregne, hasta hacer que los personajes formen parte de ti, de tu día a día, si lo que quieres es no acabar de leerla por no perderlos, esta es la novela que debes leer».
«Sentí el frío cruel, desmesurado; la boca seca; las pulsaciones resonaban en mi pecho estrepitosas. Demasiado delgado ya. Dolor.
Mi mano, congelada, apoyada en el pomo de la puerta de hierro forjado cubierta de una vidriera opaca que tapaba las miserias del edificio, las miserias de todos los que por allí pasábamos. Lo llamábamos el 89 simplemente porque era el número del bloque. Situado en la calle Misericordia, ¡menuda paradoja! Abrí la puerta. A mano derecha, unos buzones metálicos, algunos de ellos con las tapas hundidas por los golpes y peleas. La escalera oscura y estrecha, concurrida por almas sin nombre.
Subí los escalones, ayudándome con la barandilla de madera adornada por quemaduras de cigarro, hasta llegar al segundo piso, puerta B. Allí vivía y distribuía un tal Denny, apodo por su devoción al grupo Moody Blues y a las sesiones constantes que regalaba a sus vecinos y clientes.
Para permitirte la entrada simplemente había que llamar golpeando cinco veces la puerta. Yo lo hice con el culo del mechero. Una sombra llenó la mirilla de negro unos segundos. Denny abrió la puerta. Era un tipo medio hippie con un toque eclesiástico que te pasaba el brazo por el hombro como si aquello fuese una comuna y él te diera cobijo a la vez que te sermoneaba sobre los beneficios que, según él, producía su mercancía, bien utilizada, claro estaba. Nunca me reveló el secreto en la praxis de tal consumo.
Al entrar, un gato jugaba con los hilos que colgaban del sofá, gris gastado, ocupado por Syl, que interpretaba perfectamente el papel de drogata enamorada de su camello.
—Siéntate Bel —dijo Denny.
Tenía la manía de abreviar y americanizar todo nombre que con él se cruzara. Me senté al lado de Syl —Silvia, de toda la vida—.
—¿Te lo metes conmigo? —propuso ella».
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