Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
Alonso ha tenido un día horrible, y no demasiado sobrio, lo remata confundiendo una extraña web con un portal de búsqueda de empleo. En apenas unas horas será llevado a una enorme nave estelar donde le equiparán y enseñarán a defender los designios de la Unión de Civilizaciones. Pronto tendrá que cuestionárselo todo y buscar el modo de sobrevivir junto a sus extraños compañeros de pelotón, que como si fuesen los extras de una space opera, son expuestos por toda la Galaxia a demenciales peligros que ni el Capitán Zurlius ni el resto de oficiales, considerarían encarar. Comprobará que el ejército de la Unión de Civilizaciones es clasista, crea más problemas de los que soluciona, y apenas valora la vida de los soldados de bajo rango… con excepción de la bellísima oficial Zaliar que parece valorar sus originales ocurrencias.
José María Carrasco Soriano nació en Sevilla en 1968. Estudió ciencias de la educación en la facultad de la misma ciudad, y Guionización de medios Audiovisuales. Es autor de las novelas: Capitán Nadie, El Regreso del Capitán Nadie, El Destino del Capitán Nadie, Superhéroe por Sorpresa, Guselmo, y Zeinumb, Parque de Atracciones.
Actualmente continúa escribiendo mientras se involucra en proyectos de fomento de la lectura colaborando con diversas instituciones y centros educativos.
Le apasiona cualquier forma de narración, preferiblemente impregnada de fantasía, y le gusta definirse como imaginauta.
Actualmente vive en Málaga con su esposa, Clara, que es siempre la primera lectora y correctora de sus obras.
«Los desintegrables homenajea a los personajes secundarios de space opera destinados a morir en los primeros minutos para que nos quede muy clara la contundencia del peligro al que se enfrentan los protagonistas.
La muerte estúpida del tripulante anónimo (tal vez también estúpido o sólo desafortunado) es tan recurrente en la ciencia ficción que se nos ha ofrecido como toque de humor negro en películas como Galaxy Quest o Star Trek (2009)
Pero ¿y si nos centrásemos en la historia de un grupo de secundarios? ¿Y si ellos tomasen consciencia de su condición, tratando de huir de esa aparentemente inevitable muerte estúpida que parece destinada a subrayar lo mucho que mola el capitán?
En Los Desintegrables descubriremos que el secundario puede ser producto de un sistema clasista y excluyente para ciertas especies como, paradójicamente, la humana».
«Alonso despertó, aunque no hubiese apostado un céntimo por ello.
Lo primero que no aceptó como ingrediente de su realidad fue la sensación de ingravidez. Tras haber llegado junto a la gasolinera con enorme esfuerzo, la nula percepción del propio peso resultaba inauditamente placentera; sólo una leve nausea le alejaba del mismísimo culmen de la comodidad. Sin embargo, su reloj interno, ese talento más o menos desarrollado en toda persona para medir el tiempo transcurrido entre momentos, pareció objetar ante la proximidad que Alonso acababa de establecer entre su intento de ir a la farmacia y el neblinoso presente.
Se llevó ambas manos a sus ojos para frotarlos. El movimiento se le hizo lento, espeso. La vista se le aclaró un poco, pero siguió sin identificar nada familiar, aunque en realidad no parecía haber nada que identificar. Flotaba dentro de un cubículo gris, en penumbra; ¿cerrado y sin accesos identificables? Sintió un poco de angustia y… una leve molestia en el cuello.
Un miedo inconcreto aceleró su siguiente movimiento. Alonso comprobó que la molestia provenía de una especie de tubo pegado a su cuello. Apenas tocarlo, se retrajo rápidamente desapareciendo por un pequeño orificio en una de las paredes. No consiguió encontrar rastro de sangre ni notó irregularidad alguna en su piel. Mientras iba dando más crédito a la posibilidad de no estar soñando, la sensación de peso regresó gradualmente. En apenas unos segundos una de las seis paredes se definió como suelo. De rodillas, Alonso fue consciente de que estaba desnudo; en realidad ya lo había notado sin darle la menor relevancia, tal vez por aquel sopor tan grato que ahora le estaba abandonando.
La mayor parte de lo que ahora podía ser una pared se dividió en dos mitades que se apartaron definiendo una puerta. Eso le dejó ver a un hombre pelirrojo de pelo corto y lacio enfundado en un mono granate. En sus manos portaba una especie de bolsa cilíndrica del mismo color.
—Hola Alonso. Soy Olvir, tu guía introductor – dijo una risueña voz en castellano, superpuesta a la que salía de la boca del joven.
Pestañeando con desconcierto, Alonso miró fijamente los labios del muchacho, que apenas tendría unos veintitantos.
—Pero…
—¿No me estás escuchando en tu idioma?
—¿Eh? Sí, pero…
—Ya, ya, ya. Resulta raro al principio, pero es que yo soy noruego y tú tienes pinta de… ¿italiano?
—Español.
—¡Uy! Casí. ¿Y sabes hablar noruego?
—No.
—Pues por eso el traductor.
—¿Qué traductor? – Alonso miró intrigado en derredor.
—El que te han implantado en el cráneo – contestó Olvir entregándole la bolsa —. Vístete y te voy poniendo al día — añadió dando un ligero puntapié a una de las paredes, lo que provocó que emergiera una repisa. Luego dio un paso atrás y la puerta se cerró mientras Olvir aconsejaba premura con un vocablo mucho más corto que el apresúrate, ofrecido por el traductor.
Alonso, perplejo, estuvo inmóvil unos segundos. Su cabeza era en aquel momento un cataclismo de ideas del que ninguna conseguía salir entera, así que decidió hacer caso a Olvir vistiéndose. Mientras lo hacía se dio cuenta de que estaba limpio. Incluso tenía la piel muy suave. El mono granate y las botas negras eran idénticos a los del muchacho pelirrojo».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y José María Carrasco Soriano os lo agradeceremos.