Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
En los relatos de mil veces en el mismo río, lo extraño, la violencia y hasta lo sórdido se introducen, en distinto grado, en lo aparentemente cotidiano, o bien es la propia cotidianeidad —o su núcleo más interno y esencial— la que conforma a su vez formas de violencia y sórdida banalidad; en algunas ocasiones de manera flagrante, extrema y grotesca, en otras como una inquietante y turbadora imprimación ambiental, generándose un estado de tensión en la situación o en los personajes. Así, mientras que algunos de los relatos se mueven en el terreno de lo irreal, en otros es la pura realidad la que se desata en algún tipo de violencia física, psicológica o ambas. En última instancia, se constituye una reflexión sobre si es posible escapar de lo que nos viene dado, subyaciendo temáticas como la sociedad como fracaso y como ahogo, el desencanto y el deseo frustrado de escapar de ella, la relatividad moral que de ello se implica, la posibilidad de verdad o de veracidad (u honestidad), los vicios de las formas de conocimiento, los vicios de las relaciones tal y como nos vienen impuestas y también, en un triángulo desesperación-nostalgia-esperanza, los afectos como vía última de escape.
Asturbolo nacido en Toledo en 1981 y crecido en Asturies (en la Pola Siero), donde, entre otras cosas, se licenció en Historia en la facultad del Milán, Oviedo. Anteriormente ha publicado Historia del tiempo presente (KRK, 2004) y mientr?s dormí?mos la gran siesta (Trabe, 2017), además de contar con varios artículos, reseñas y relatos en distintos medios e idiomas y haber aparecido en la antología Inmaduros 26. Ha vivido en Escocia, Irlanda y Portugal y ejercido, entre otras cosas, de repartidor de periódicos, reponedor, peón en una fábrica de refrescos, auxiliar de restauración arqueológica y arqueólogo. En la actualidad reside en Oviedo y se dedica de forma independiente a la traducción y corrección de textos. También cuenta con un máster en lógica y filosofía de la ciencia y es miembro de la SECRA.
«Los relatos de mil veces en el mismo río toman forma como narraciones fronterizas, en las que lo anómalo se hace natural y lo cotidiano turbador. Los personajes que los protagonizan y las situaciones a las que se enfrentan plantean siempre de un modo u otro la pregunta sobre la posibilidad de sanación».
«Al día siguiente, Lidia prepara la maleta, toma un último desayuno en la terraza, también para despedirse de las vistas enfáticas y espectaculares, aunque sucede que está absorta en otra idea y en última instancia apenas les presta atención; después de vestirse y haberlo recogido todo, abandona el piso, deja las llaves en el buzón y coge un taxi para ir a la estación de cercanías. En el bolso lleva la cartera; el tabaco de liar con el papel, los filtros y el mechero; un estuche de maquillaje; un aerosol de pimienta, y las llaves de la casa casa casa en ningún lugar como en casa en la que va a alojarse las próximas semanas. Es un día soleado y el ruido de la calle le llega a los oídos como en sordina, como si viniera en la forma de los resquicios de un mundo lejano; los edificios le pasan por delante, al otro lado de la ventanilla, tal que si al territorio le pesase su propio ritmo y el vidrio y el hormigón se fuesen a desplomar sobre ella desde la línea del horizonte en un movimiento perpetuo de derrumbe. El taxista masculla algo, pero Lidia lo ignora; entonces aquel repite lo dicho un poco más alto, esta vez buscando conversación de forma más manifiesta, pero ella sigue ignorándolo, hasta que él insiste una vez más, interpelándola de tal modo que le resulta imposible seguir desentendiéndose.
—Perdone [so imbécil] —se disculpa Lidia, bajándose un poco las gafas de sol, para que su interlocutor pueda mirarla a los ojos—, ¿qué decía?
—Pues lo del embajador… Lo estaban diciendo ahora, ¿no se ha enterado?
—Ah, sí, sí…
—Hace dos días de lo de la bomba, y ahora esto. Es como si esta ciudad se hubiese convertido en un escenario de Hollywood.
—Lo es —dice Lidia sonriendo y volviendo a taparse los ojos con las gafas de sol.
—Hum, sí, bueno, ya…
—¿Se ha enterado de lo de Haití? Allí sí que tienen una buena cuenta.
El taxista, al que parecen no habérsele escapado las segundas intenciones de Lidia, aprovecha el semáforo en rojo para girarse y mirarla de frente.
—¿Sabes qué pasa, guapa? Que-yo-no-soy-de-Haití.
—[No hace falta que lo jures, puto gordo] Ya.
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Chus Negro os lo agradeceremos.