Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
La Habana, años ochenta. En la mayor necrópolis de América, entre otras actividades clandestinas, existe una biblioteca nocturna de la que ha desaparecido el Corydon de André Gide. Miguel, sepulturero octogenario aficionado a la etimología, vive en una casita del cementerio esperando a la muerte, sin embargo, a él acudirán entre otros personajes, el tigre y Teresita. Al primero, deberá enseñar el oficio de enterrador, a la segunda, la invitará a hacer un recorrido por el camposanto, pero ella lo convencerá para ejecutar una exhumación, la de su hijo fallecido en la Guerra de Angola. El tigre tendrá prohibido salir de noche, pero saldrá y conocerá a Sodomita Calavera, un joven admirador de los retratos póstumos de los muertos por el sida y de una misteriosa escultura, el Ángel de la Muerte.
Yeroboam Perdomo Medina nace en Lanzarote en 1982. A los trece años empieza a escribir cuentos sobre los aborígenes canarios e historias de terror, estudia Arte Dramático en la Escuela de Teatro Cristina Rota. Posteriormente, se dedica al ámbito sanitario, sus experiencias en residencias de mayores inspiran la novela Adela se escapa, habiendo publicado anteriormente la novela Caletón Blanco en Universo de letras en 2019, inspirada en una misteriosa playa de su isla natal y el poemario 30 años de ansiedad (Universo de Letras, 2020). En 2022 publica la novela negra Crítica de cine para un cadáver con Libros Indie. Con Atlantida Distribuciones publica Vientre de perenquén, novela de género histórico y el poemario homoerótico Romancero necrófilo, en 2023 y 2024 respectivamente.
«El lector pasará por varios puntos de vista. El politíco: la privación de libertad de las personas seropositivas, la falta de libertad de expresión, la venta ilegal de los libros prohibidos, la pobreza por la caída de la URSS. El homoerótico: la prostitución, el despertar sexual, el romanticismo del primer amor, la necrofilia. La vejez: El viejo sepulturero habla sobre la vida desde su perspectiva, amante de la etimología y del arte funerario. Como novela negra o gótica: los personajes se ven sugestionados por las leyendas del cementerio, como La Milagrosa o la viuda sonámbula que duerme cada noche sobre la tumba de su marido, y por la arquitectura y el conjunto escultórico de este camposanto declarado Monumento Nacional. La trama entre espionaje y misterio, no se desvela hasta el final».
«La madera aguantó el primer crujir de las piedras en el borde del nicho, después Lázaro continuó tirando, despacio, el ataúd pasó por los primeros escalones de aquella endeble escalera, hasta que llegando a la mitad, Miguelito sostuvo la parte trasera y la bajaron al suelo entre los dos. El féretro estaba prácticamente intacto. Miguel respiró hondo, esperó unos segundos.
—Voy a abrir, muchacho —le dijo. Entonces abrió la tapa y Lázaro volvió a romperse, a temblar en un llanto silencioso. El sepulturero le pasó un brazo por encima de los hombros y lo acercó a su cuerpo, terminando la expresión corporal en un cercano abrazo—. ¿Quieres que saque yo los huesos?
—No, no, lo haré yo.
—¿Seguro?
—Sí, seguro.
—Así es la vida y así es la muerte, muchacho... No estás viendo nada del otro mundo. Tu abuela está bien, está sequita, está bonita, conserva el pelo... Esas ropas son fáciles de quitar, hazlo con orgullo, que tú ya sabes trabajar. Lázaro sólo reconoció su cabello, su rostro desvanecido no podía encontrarse en aquella hueca calavera, sus ropas se habían convertido en harapos marrones, parecían rizadas virutas de serrín alquitranado. La habían enterrado con medias y con calzado, pero también eran indescifrables para su memoria, o quizá no se atreviera a recordar. La mandíbula se había despegado y parecía que el esqueleto gritaba, pero era algo natural en el proceso de descomposición y en la ley de la gravedad, mas no era nada agradable observar un grito de huesos. Miguel le dio un pequeño empujón y unas palmadas en la espalda y Lázaro se agachó y empezó a trabajar, a sacar hueso a hueso e introducirlo en la bolsa. Parecía una niña con aquellas diminutas falanges de las manos y de los pies, pitusas manos y pitusos pies, los huesos cortos de las piernas y de los brazos, las costillas que parecían de paloma y la columna vertebral a la cual parecía faltarle unas cuantas vértebras. Uno a uno, hueso a hueso, lágrima a lágrima, fue sacando cada resto e introduciéndolo en la bolsa negra de basura. Luego cerró el ataúd y lo dejó en la sombra con delicadeza, como si su abuela todavía estuviera allí dentro, o por lo menos una parte de ella, consumida a lo mínimo, incrustada en la tela del féretro. No obstante, de súbito recordó haber despegado el cabello de la calavera, y entonces volvió a abrir el cajón, cogió la masa de pelos, la sacudió, la metió en la bolsa con los huesos, y una vez más, como en un ejercicio de protección hacia los restos que allí quedaban, arrastró más si cabe el ataúd hacia una sombra total, haciendo sonar las pequeñas piedras bajo la madera. Qué tendrán esas diminutas e insignificantes piedrecillas y su efecto sonoro, que nos causa, a parte de erizamiento, sentimientos encontrados».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Yeroboam Medina os lo agradeceremos.