Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Una pareja que deja de reconocerse en el momento en que uno de los dos sale por la puerta, un vendedor de mecheros con ínfulas de escritor moralista, la correspondencia erótica entre dos bots, una ejecutiva boicoteada por su propio pensamiento corporativo, los pájaros que viven en el pecho de un músico callejero, una surrealista fábula política y la más democrática forma corporal de masaje existencial. Entre encuentros lumínicos sin salida, cuarentones terroristas escatológicos, mendigos de agradecimiento eterno, musculados gurús neo paganos y escritores que desaparecen al ritmo al que sus palabras se crean, los personajes que asoman por estos veinte relatos abrazan, tercos y reconocibles, como único antídoto al veneno cotidiano o quizás como simple rabieta, su particular y lúcida estupidez.
Raúl Sánchez Vega (Madrid, 1979) comienza a dibujar a una edad temprana. Abandona sus estudios de secundaria y desempeña todo tipo de oficios (cantero, jardinero, aprendiz de imprenta) al tiempo que se interesa por la música y la literatura. De formación autodidacta, trabaja como ilustrador freelance y músico profesional durante años, publicando en diferentes revistas y fanzines ( pájaro azul, el crítico) y graba, junto a su grupo Malaestrella, cinco discos en los que compone, canta y toca la guitarra. En la actualidad trabaja como músico para eventos. Escribe la novela Ramé o la destrucción del paraíso, el conjunto de poemas Blues de Priapo y el libro de relatos No hay escapatoria.
«El humor, a veces retorcido, a veces tierno, siempre negro como las madrigueras (existenciales o no) que habitan sus protagonistas, aparece en estos cuentos como una reafirmación, en último término, de lo más íntimo y propio del ser humano y quizás su única conquista real frente a un mundo que ya no tiene demasiado de humano ni de divino. El artilugio funciona también por la acción contraria; en medio de una aparentemente inocua mañana, bajo un cielo resplandeciente de azul, puede muy bien la vida congelarnos la sonrisa, reflejo sorprendido en el espejo del baño. Algo parecido a la verdad, aunque sea post, se teje siempre entre lo grotesco y lo cómico y puede encontrarse dentro de estas pequeñas historias aparentemente ridículas que huyen (aunque no haya escapatoria) del aburrimiento.»
«Recorrer la calle, que va desde la boca de metro de la Latina, hasta el CAD de la plaza de Antón Martín, pasando por la cervecería San Millan cuatro, en frente de aquel maldito portal, esquivando, acelerando y frenando, a la carrera, parando para volver a encender el porro que se apaga una y otra vez, bellota de primera calidad que burbujea, fuma y baila como Bob Marley, decía el negro del metro. Huyendo( pero de que?), siempre huyendo, veloces, persiguiendo también lo mismo de siempre, en un envase diferente, líquido naranja en vasitos de plástico con tapa roja, ambrosía en botes que colocabas y recolocabas una y otra vez en el camino de vuelta hacia el metro. Pasar como un rayo por Tirso, por la plaza, intentando que nadie te reconozca o huyendo también de la paranoia de creer que podrían hacerlo, esquivar los coches y la gente, parar en la tienda al por mayor de los chinos, salir cargando bolsas llenas de pañuelos y mecheros, pañuelitos y mecheritos, transparentes, con una flor de papel dentro del depósito del gas. Y el mundo alrededor, espeso, como a cámara lenta. Seguir huyendo, parar en seco en la tienda de navajas, la tienda roja con su escaparate lleno de navajas y cuchillos enormes, de todas las putas formas, decidir cuál va a ser el elegido el día que tengas dinero para decidirte, el descampado para enterrarlo, el destinatario del uso del artefacto va cambiando de una semana a otra, a veces se repite, luego varía de nuevo, seguir corriendo, cruzar por la plaza, cargando las bolsas y matando el porro antes de llegar a la puerta, donde esperan los zombies, lentos, tan diferentes siempre a tu vida en carrera. La ventanilla, la chica de todas las semanas, salir corriendo de nuevo, esquivando robos imaginarios o no, parar en una esquina escondida, medir, calibrar, que no falte un decilitro de los botes, que siempre falta, siempre van rebajados. Volver, con las bolsas, con el miedo, con otro porro encendido, corriendo y riendo a ratos, al metro, al barrio, a la vida. Yo ya no mataba ballenas con copas rotas en inmensos descampados. Las ballenas eran otras, ahora, y el cuchillo para matarlas nunca dejó de estar expuesto en el escaparate de la tienda roja. Te volvías en el metro, jiñándote, maldiciendo al puto metro de Madrid que informa pero no tiene baños . Yo huía, también, fuera de la vida, siempre aliviado y culpable.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Raúl Sánchez Vega os lo agradeceremos.