Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
En una aldea de Castilla, a mediados del siglo pasado, una familia numerosa resiste con dignidad callada la necesidad, el desprecio y la exclusión social. «Los portugueses», como los llaman en el pueblo, se convierten en blanco fácil de las crueldades de un medio hostil, donde las instituciones que debían protegerlos —escuela, iglesia, autoridades— se revelan cómplices del abuso sistemático.
Veintidós relatos construyen este universo íntimo a través de las voces entrelazadas de una mujer y sus hermanos, que desde el presente evocan la infancia marcada por la necesidad. En el texto se responde con una poética de la pobreza donde cada palabra se construye con respeto y ternura. La prosa, seca y recia como la tierra que narra, nos descubre la belleza de la resistencia cotidiana.
Marina Llamas Abadiño (Priaranza, León) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad Complutense. Tiene una amplia experiencia profesional en organización de empresas y tras desarrollar su carrera como consultora de negocio, decidió reorientar su trayectoria hacia el ámbito social y cultural. Se especializó como técnico de archivos y bibliotecas, cursó un máster en dirección de centros sociales en el Instituto de Formación y Empleo de la Comunidad de Madrid y obtuvo el título de experta en igualdad y violencia de género por la Universidad Complutense de Madrid.
Fundó y dirigió una asociación de mujeres sin ánimo de lucro, experiencia que enriquece su compromiso social. Hoy reside en Madrid. Portugueses es su primera novela, donde plasma una sensibilidad forjada entre el rigor profesional y la vocación humanística.
«Te invito a conocer la historia de una familia que lucha por sobrevivir en una aldea castellana donde un mote cruel basta para marcarlos. En Portugueses reconstruyo un universo rural, a mediados del siglo pasado, donde la pobreza y la exclusión marcan el día a día de muchas personas.
Veintidós relatos breves narrados desde distintas perspectivas familiares componen un retrato coral de gran fuerza. No encontrarás en ella sentimentalismo ni victimismo: solo una mirada limpia.
He intentado contar con sencillez, sin adornos innecesarios, buscando el peso justo de cada palabra. Espero haberte ofrecido una historia que permanecerá contigo después. Una historia particular que quizás te ayude a mirar más allá del presente, también para comprenderlo.»
«Nosotros sólo llorábamos cuando nos pegaba nuestra madre o nuestro padre, que, en verdad, sucedía en contadas ocasiones. En el resto de las afrentas, masticábamos la rabia revolviéndonos contra el agresor, pero nunca llorábamos. Aún me acuerdo de la primera vez que nos lo dijeron. Portugueses. Lo recuerdo con claridad. La palabra nos sorprendió porque no sabíamos qué quería decir, ni por qué nos lo llamaban. Fue en un recreo. Mi hermano Mateo y yo habíamos ido a casa de mi abuela y nos había dado una manzana a cada uno. Mi abuela Consuelo, la madre de mi madre, cuando mi abuelo ya se había marchado. Al volver al patio de la escuela, dos chicos del pueblo, Joaquín y Nando, nos pedían las manzanas y como no se las queríamos dar, empezaron a gritar en tono de burla «¡portugueses, portugueses!».
La siguiente vez que lo oí fue el día que don Hilario vino a la escuela a hablar con don Ramiro para elegir a dos de nosotros para monaguillos. Desde la cabecera del aula, al lado de la pizarra negra, el cura y el maestro hablaban delante de nosotros y en voz alta sobre quiénes podrían ser los más idóneos. Finalmente, el cura elegía a Andresito porque era obediente y dócil, y a mí porque, según le comentó el maestro, era el más espabilado de todos. El cura me llamó con la frase «ven para acá, portuguesín», con aquella voz tan rotunda que tenía y con la que luego llegué a familiarizarme tanto.
Luego pasó lo del carnero con mi hermano Mateo, que cuando tenía cuatro años, iba con mi madre y tras soltarse de su mano, se puso a corretear y a jugar entre el rebaño de ovejas. Mi madre, que caminaba unos metros más atrás, vio cómo los dos pastores se reían a carcajadas mientras un marón de cuernos arqueados volteaba una y otra vez al niño en el suelo. Mi madre corrió y al parecer, pequeña como era, con el niño en brazos se encaró con ellos llamándoles desalmados, a lo que simplemente le replicaron con «anda, portuguesa». Recuerdo que en mi mente de niño de seis años me produjo más desazón el insulto hacia ella que la fechoría de los pastores a mi hermano. Que le llamaran «portuguesa» también a mi madre me ofendía y me inquietaba a la vez. Así que a ella también se lo llamaban. A mí me parecía que nosotros en algún momento, debido a algún comportamiento malo, podríamos merecer ese u otro insulto, pero en lo que se refería a mi madre, se me hacía imposible que a ella también se lo llamaran.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Marina Llamas Abadiño os lo agradeceremos.