Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Praga. Finales de los años 20. La inteligencia artificial fagocita rutinas y futuros. Radko, un programador mediocre, se convierte en un genio tras golpearse la cabeza. Enseguida deslumbra a sus jefes y consigue liderar el proyecto más ambicioso de la empresa: diseñar una IA capaz de ejercer de jueza. Sus logros pronto llaman la atención de la competencia, cuya líder le hace un encargo personal que requerirá todo el potencial de su intelecto desatado. Al igual que su padre, que languidece por un cáncer implacable, Radko empieza a notar cómo su cuerpo parece sucumbir a las exigencias energéticas de una mente sin límites aparentes. Aun así, encuentra fuerzas para completar las misiones encomendadas, destapar conspiraciones e incluso descubrir oscuros secretos familiares que podrían contener la clave del extraño fenómeno que lo potencia al tiempo que lo doblega.
Ignacio Samper. Madrid, 1984. Estudió Comunicación Audiovisual y trabajó en publicidad principalmente, hasta que la dejó para fundar su propio estudio de pilates. A los 24 años terminó su primera novela, Una silla para la soledad, publicada en 2015 por la editorial Contraescritura, que presentó en la Feria del Libro de Praga, donde residió durante 3 años. Antes, en 2013, autopublicó el libro de relatos Pulsos y Tránsitos (Ed. Bubok). De nuevo instalado en España, escribió Descarnado, novela publicada en 2021 por Distrito 93. En 2022 finalizó Último estado de la materia, la que considera es su mejor obra hasta la fecha. En 2023 volvió al relato y recopiló varios en un nuevo volumen, todavía inédito. Ese mismo año ganó el 2º premio en el concurso de relato corto de Iznájar y recientemente también el 2º premio en el certamen Ecoparque de Trasmiera.
«Último estado de la materia es un abordaje a la inteligencia por todos sus flancos. La humana contra la artificial. La filosofía frente a la física. Y, de fondo, la música como marea y adhesivo universal. Esta historia se asienta sobre un futuro inminente de drásticos cambios sociopolíticos motivados por el salto tecnológico, donde se engranan factores imperecederos como el ansia de objetivos, la urgencia de una ética globalizada o la irrelevancia de todo lo demás cuando una enfermedad sacude los cimientos propios o de los seres cercanos. Penetrar en la mente incontenible de Radko es como cabalgar una estampida, como inyectarse una droga intelectual o viajar más rápido que la luz. Exponerse a su visión del mundo desde ese palco de conocimiento infinito ofrece dos escenarios: toda la luz o toda la oscuridad».
«Rescaté a la televisión de su muerte por asco para ver las noticias: un atropello con fuga en pleno centro de Ostrava que había mutilado a un hombre de ambas piernas, la caída en bolsa de las grandes inmobiliarias chinas, un atentado con granadas de mano en Tripoli, el agotamiento irreversible de los acuíferos meridionales de la península ibérica. Tragedias, colapsos, profecías, sometidas a la virtud inmunizadora de las pantallas. No había vacuna contra la intrascendencia. El mundo había colmado su cupo de miseria y las esperanzas depositadas en los salvoconductos de la innovación iban cayendo una tras otra como lo hacen los mitos: a traición, sin acrobacias y desde las cúspides. El progreso no alcanzaba la velocidad de crucero de la insensatez, enésima pandemia de la década. Negarse a las retrospectivas, encarar las cuitas globales, ya era menos una obligación que una forma de resistencia, la rebelión lamentable de los idealistas. Como toda contracorriente, movilizaba capitales y algunos vivíamos de aquella tensión mancomunada. Pese a todo, convenía revestir cualquier empresa de compromiso y magnificencia. La filantropía, por suerte, aún cotizaba en la moralidad de los inversores, aunque en la misma medida que el desprecio visceral agitaba en su contra a nostálgicos decimonónicos, negacionistas del desplome, narcisistas arrebatados o acólitos envenenados por esa admiración inestable que, desde siempre, los convencía de que la gloria era el estadio posterior al martirio. Como Agca, Chapman, Parche u Oswald, habían emergido nuevos desequilibrados que se imponían el cometido de derribar ídolos o villanos, propios o ajenos, tangibles o etéreos. Como virtuosos justicieros, eximidos casi siempre de los márgenes de error, se llevaban por delante a cualquier gran atractor social. Los convulsionadores sobrevivían ahora con nombres y apellidos: Kim Kuroda consiguió dejar tetrapléjico a Elon Musk tras atropellarlo con un carrito de golf en uno de los campus de la Universidad de Osaka; Lamar Virtanen se coló en el hotel de James Cameron y lo quemó vivo con gasolina mientras dormía —ni él ni la quinta planta del Hyatt de Malmö sobrevivieron al ataque—; Emilio Passini fue interceptado mientras inyectaba arsénico en las botellas de agua de Marina Abramovich antes de una conferencia de prensa en Brisbane; Gladis Breytenbach, de 83 años, se las arregló para engañar, secuestrar y encerrar a Greta Thunberg en el sótano de su casa en Oatmeal, Texas, donde la mantuvo oculta durante casi siete semanas alimentándola a base de carne cruda y aguas fecales. Al tercer día de ser rescatada, aún famélica y demolida, huyó de la clínica donde la habían ingresado y se suicidó arrojándose a una autopista desde un puente peatonal. Las conmociones seguían siendo inductoras de algún tipo de cohesión, de un umami sociológico, esas gotas de vinagre que no podían faltar en ninguna ensalada pero de las que no convenía abusar. Las hecatombes personalistas, como un caviar para el tedio, siempre habían tenido una alta palatabilidad».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes e Ignacio Samper os lo agradeceremos.