Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Hace cinco años la mayor parte de la humanidad murió en extrañas circunstancias. Desde entonces, fuerzas sobrenaturales y criaturas extrañas han poblado el mundo. Lo han recuperado. Les pertenecía hasta que la civilización los silenció. Clara fue una de las pocas supervivientes en la isla de Mallorca y no tardó en dar con algunas de estas fuerzas, que le tenían reservada una peligrosa misión. Desde entonces ha recorrido la isla para ayudar a otros supervivientes, debiendo enfrentar cada día a sus muchas criaturas mágicas, antes tan solo material de mitos y leyendas. Pero su misión puede estar ya terminando: habrá de visitar al dragón que se esconde al este de la isla y enfrentarlo. Si lo vence, no solo ella se liberará de la misión encomendada por las extrañas fuerzas de la isla, sino que también recuperará a su amor. Solo hay un problema: la más peligrosa de la criaturas que regresó ansía darle caza y también presiente que podría ser su última oportunidad.
Javier Muñoz Chumilla es originario de Yecla (Murcia), aunque reside desde hace casi una década en Palma (Mallorca). Estudió Criminología y ejerció seis años como detective privado. Hoy en día compagina su trabajo como administrativo con estudios en Psicología, habiendo obtenido un máster en Dirección de Recursos Humanos. Escribe desde los diecinueve años, habiendo publicado hasta la fecha nueve novelas, dos de ellas a través de editorial (Cenizas de Guerra, Atlantis y Cartas de Galeano y Clara, Malas Artes), y dos ensayos de temática criminológica. En su tiempo libre realiza tareas de voluntariado social y filosófico, lleva a cabo cortometrajes y apoya en la gestión del contenido de las redes sociales de Es Racó de ses Idees.
«La idea nació poco después del confinamiento. En Mallorca estamos habituados a la sobrepoblación, y durante unos meses gozamos de una tranquilidad inusitada. La isla parecía encantada. Entonces germinó la posibilidad de una novela postapocalíptica con tintes de terror y fantasía, utilizando las criaturas del folklore mallorquín. Pero no me atraía una novela que solo tratase el terror. Siempre quiero hablar de algo más: indagué en las leyendas mallorquinas y fui extrayendo más ideas hasta que di con la historia principal. Clara era una peregrina, una persona que ni siquiera pertenece a la isla, pero que se ve obligada a servirla, y durante su camino hallará a otros supervivientes con sus particularidades e historias, así como conocerá de primera mano la isla, sus caminos, los seres que la habitan y los primeros grupos que van surgiendo.»
«Las tormentas era lo que peor llevaba. El viento, las ramas de los árboles y las olas parecían látigos inmisericordes contra las paredes y ventanas. Se refugiaba en las salas más interiores y se cubría con varias mantas, incluso si era pleno verano y eso provocaba que sudara. Siempre sospechó que no siempre fueron las olas o el viento quienes fustigaban la casa.
Se acostumbró. No fueron más que unas semanas, pero el tiempo de peregrinaje posterior a la Caída había sido extraño y duro, sobre todo porque se había sentido vacía, desesperanzada. Apenas había encontrado gente en el camino. Casi todos la recibieron con amabilidad, aunque sus historias compartidas no perduraron, a excepción de una, la más importante y la que definiría su vida a partir de ese momento. La mayoría había tomado su propio camino, igual que Clara, y los pasos hacia su destino los separaron en cada ocasión.
Ese día en que había amanecido ignorante de su propia leyenda, preparó su mochila y cruzó la puerta para continuar con su destino. No aguantaba la inacción sabiendo el camino que todavía quedaba por delante. Su resolución, que nunca estuvo muy definida, podía resumirse como debo cruzar la isla y enfrentar al Dragón. Y así lo hizo durante cinco años. Cada vez regresaba, y con cada regreso comprendía que esa era la señal para saber que su viaje no había terminado. Llegó el quinto aniversario de su llegada a Cala Gat y sintió que el viento soplaba de manera distinta. El otoño había caído sobre el Pla mallorquín hacía ya unas cuantas semanas, el viento frío se colaba en sus huesos y las tormentas no tardarían en azotar la costa, así que se vistió con pantalones largos de deporte, una camiseta térmica y un buen abrigo. En ese momento no sabía cuánto le llevaría o si sería su último viaje, siquiera si alcanzaría su destino, pero tenía experiencia y supo que hallaría en el camino lo que necesitase. Al llegar al chalé se había propuesto construir un huerto, pero esa no era una de las habilidades que había aprendido en su vida anterior. Lo de la caza de gatos había resultado, pero carecía de la paciencia y la maña para las plantas, por lo que siempre había ido tirando de la pillería en huertos ajenos y de los supermercados de pueblo para sobrevivir.
Tampoco perdió tiempo deseando que el fin del mundo necesitase de habilidades fotográficas, conocimientos sobre healthy habits o un puñado de frases motivacionales. No había mucha gente a la que motivar en el nuevo mundo.
A diferencia de las primeras veces, introdujo en su mochila un viejo libro que ya había leído entre las cosas que la ayudarían a sobrevivir: Una habitación propia, de Virginia Woolf. También le acompañaba su inestimable alijo de ruda, comida enlatada para varios días, un par de botellas de agua del pozo de una casa cercana, una vieja, pequeña y extraña libreta con su correspondiente lápiz para apuntar sus secretos cuando nadie la observase, y tantos otros objetos cotidianos, útiles y misteriosos, que había ido acumulando a lo largo de los últimos cinco años.
Cerró la puerta tras de sí, respiró el aire salado que despedía el mar mientras llegaban a sus oídos los truenos de las olas contra las cavidades formadas durante milenios y se ajustó la mochila. Recordó el día en que había llegado a esa casa hace cinco años, y también cuando viajó a Mallorca una década atrás. Hasta la Caída, no había sido suficiente tiempo como para aprender el idioma, pero, si se era sincera, había sido una cuestión de pereza. Le parecía una pena que no dedicase demasiado tiempo a ser sincera consigo misma. Fuera como fuese, tras la Caída sí pudo aprender la lengua de la isla; y también la de los mallorquines, claro. Ya no solo su supervivencia dependía de ello, sino incluso su propia cordura.
Dio un primer paso y mantuvo en mente la principal razón por la que emprendía su viaje. Se sonrió al pensar que, a diferencia de lo que podía decir de sus primeros veintiocho años, esta sí era una larga historia.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Javier Muñoz Chumilla os lo agradeceremos.