Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Un grupo de amigos, todos en la frontera de los 30, deciden emprender juntos un viaje a Estados Unidos. Dos semanas de juerga continua, resacas con interminables kilómetros por recorrer, aventuras, infidelidades, broncas con lugareños de Arizona a ritmo de Led Zeppelin y la visión en el horizonte de una época que se les escapa entre los dedos de las manos como si fuese la arena de Venice Beach a la que tanto esperan llegar.
Pablo Aragüés (Zaragoza, 1982) es director de cine. Estudió Publicidad y Relaciones Publicas en la Universidad Complutense de Madrid. Ha dirigido largometrajes (Ancestral – Premio Fantastic Latido en el Marché du film de Cannes), documentales (Copeland, sobre el batería de The Police), publicidad, conciertos y videoclips (Saxon, Slayer, Alice Cooper), y cortos como Las 5 muertes de Ibrahim Gonsález, premiado en múltiples festivales como el Festival de Málaga.
Ha participado en las actividades del Prix de la Jeunesse del Festival de Cannes y sus filmes se han estrenado en festivales como SEMINCI. Escribiendo desde muy joven, es autor de los guiones de sus películas. California es su primera novela.
«Álex y su grupo de amigos juraron en su día que antes de los 30 recorrerían Estados Unidos de costa a costa. Cuando la fecha se va a pasar y todavía no lo han hecho, lo hacen a las bravas. Así, junto a Nacho, un músico frustrado sin perspectivas ni ambiciones, Marcos, un abogado cobarde y sumiso y Richi, el único del grupo con las cosas claras, pero sin un duro, recorrerán Nueva Orleans, Las Vegas, San Francisco y Los Angeles en un viaje donde, a través de las canciones de America, Led Zeppelin, Rush o Jefferson Airplane se trasladarán al interior de sí mismos y de ellos mismos como amigos, para darse cuenta de que por muy lejos que se vayan no pueden escapar de sus fantasmas».
«Richi estaba sentado unos metros más allá, en una baranda de ladrillo que cerraba un pequeño jardín. No hacía nada diferente a nosotros, bebía lentamente su cerveza y dejaba que el sol le diera en la cara. Se volvió y me vio observándole. Me dirigió una amplia sonrisa, clara, fresca, inocente. Una sonrisa de paz. Era la primera vez en mucho tiempo que los cuatro estábamos compartiendo un momento y un lugar disfrutándolo, sin decir nada, sin hacer nada especial.
Nos conocíamos desde que éramos chavales y no podría nombrar cuál había sido la última vez que habíamos conectado de esa manera. Quizá era que todos éramos conscientes de los cadáveres que teníamos en la nevera, esperándonos a la vuelta. Cada uno los suyos. Eso era el final de una época, estábamos asistiendo a la muerte agonizante de nuestros últimos años de todo lo que habíamos sido hasta entonces. A la vuelta, Marcos tendría suegros y novia que atender, Nacho trataría de seguir con la música y llevando su vida de adolescente, Richi… no sé, Richi haría lo que tuviese en la cabeza. Y yo… Bueno, yo haría lo que pudiese, lo que fuese capaz de hacer. Ese viaje era algo que los cuatro necesitábamos, pero proponerlo, comprar los billetes, empujar a Nacho a ser mi cómplice, organizar el viaje, convencer a Richi, meter a Marcos en el avión… todo era algo que nos venía bien a todos, pero a mi mejor que a nadie. Era algo egoísta. Era algo que yo necesitaba.
Mis últimos años pegado a Clara, haciendo las cosas que le gustaban a ella, saliendo con la gente que ella quería, llevando la vida que ella quería llevar, era algo que me había arrebatado algo de mi, de mi personalidad, de mi propia forma de ser.
El primer día que pasé solo sin Clara me miré en el espejo y no me reconocí. Me parecía ser otro. Habían pasado cuatro años de discotecas poperas, de fiestas de idiotas pinchando en vinilo en su casa mientras servían vino francés barato, creyendo que estaban en Montparnasse en vez de Malasaña. Podría resumir esos cuatro años como una larguísima cena de parejas. Con amigas de Clara como Virginia, que cada mes tenía un novio diferente y cada mes me tocaba sentarme con él, reírle sus gracias, ponerle buena cara, comentar los resultados deportivos del equipo que le gustase, interesarme por su curro, contarle acerca del mío, saber cómo le gustaba el gin tonic, la cerveza, los jodidos platos de pasta o sushi o de cocina fusión, según fuera el maromo. Y todo esto incluía llevarme bien con ella y con Eva y María y Susana y todas las amigas de Clara QUE ME DABAN ABSOLUTAMENTE LO MISMO. Por mi se podrían haber muerto cualquiera de esas noches de cenas insípidas, con los insípidos de sus novios sentados a su lado. Que un rayo hubiese salido con un quejido de entre negros nubarrones en el cielo y los hubiese partido por la mitad, que los hubiera quemado, chamuscado, destrozado totalmente, hecho cenizas ahí mismo, entre el entrante de verduritas en tempura y las mini hamburguesas de Kobe. El mundo no habría perdido gran cosa con su muerte, todos aspiraban a ser funcionarios de correos, contables, inspectores de hacienda, empleados de banca… Tenían 28 años y ya pensaban en la jubilación, en una hipoteca, en el coche que se iban a comprar».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Pablo Aragüés os lo agradeceremos.