Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Una joven comunista muere trágicamente al precipitarse por un balcón. Los primeros indicios apuntan a que se trata de un crimen de carácter político. La policía pone su punto de mira en los Guerrilleros de Cristo Rey. Estamos en abril de 1977 y la sociedad española vive apasionadamente uno de los períodos más fascinantes de su historia más reciente, la transición de la dictadura a la democracia.
Carlos Pavón, un periodista comprometido que conoce desde hace años a la víctima, decide investigar lo ocurrido y llegar hasta el fondo del asunto. Pronto descubrirá la complejidad que hay detrás de algunos crímenes, que nunca debe darse nada por supuesto y que las investigaciones policiales, a veces, toman un rumbo inesperado.
Javier de Pro nació en Tetuán en 1957 y creció en Melilla. Cursó la carrera de Medicina en Granada durante los años 70, ejerciendo la profesión de médico en diversos lugares de España: Melilla, Cáceres, Toledo y Málaga, donde reside en la actualidad. Desde 2022 está jubilado.
Es aficionado a la lectura, la música de jazz, el cine, el deporte, la fotografía, a viajar y a sus amigos. Infatigable lector, hace unos años sintió la necesidad de pasarse al otro lado y decidió ponerse a escribir. Ha publicado 2 novelas: Una Ciudad de Novela, en la que se reflejan las singularidades de la Melilla actual y Los trucos del diablo, ambientada en la Guerra Civil Española, que supone una reflexión sobre el ser humano cuando se enfrenta a una situación límite.
«Creonte nunca estuvo allí es una novela de género negro que transcurre en Granada durante los años 70 del siglo pasado. Con una trama bien elaborada, que mantiene la atención del lector, el autor muestra una notable habilidad para analizar la realidad y recrear el ambiente de la época, exponiendo con veracidad los acontecimientos, aderezándolos con dosis de humor sutil e inteligente.
El relato presenta un crimen y su resolución, en ese sentido funciona como un reloj; pero es algo más que una novela negra, aporta un retrato de los pormenores de la Transición política española y de la sociedad de la época, en plena ebullición social tras el final de la dictadura, reflejando las inquietudes lúdicas, culturales y políticas de los jóvenes en aquellos momentos.».
«Mientras Maite se precipitaba desde un balcón, yo tomaba un café en la barra del Holandés. Ajeno a la tragedia, leía un artículo publicado en El País sobre la reciente legalización del Partido Comunista de España (PCE), sin ser consciente de cómo la vida se trastoca en un instante. Un mecánico del Alsina, cliente habitual que acostumbraba a tomar una copita de aguardiente a esa hora de la tarde, irrumpió vociferando en la cafetería, quebrando el relativo sosiego con el que transcurría aquel Lunes de Pascua.
—¡Hostias, Pepe! —gritó exaltado, dirigiéndose al camarero, que sacaba lustre con un paño a una taza recién lavada—. Una tía se ha caído desde un balcón
—¡La vihn! —Interrumpió la faena—. ¿Dónde?
—Allí, en el Camino de Ronda. —Señaló con el dedo.
El camarero depositó el paño y la taza sobre el mostrador, abandonando su lugar detrás de la barra, y se acercó a la puerta de la cafetería.
—¿Dónde está toda esa gente? —preguntó al mecánico.
—Sí, en el edificio rojo que hace esquina, frente a la estación de autobuses.
Algunos de los clientes nos asomamos también por la puerta, otros lo hicieron por el ventanal. En el lugar del siniestro se concentraba el típico corrillo de curiosos que se forma cuando se produce un accidente, junto a la entrada de un edificio del que guardaba agradables recuerdos.
Dejé una moneda de cinco duros sobre el mostrador y me dirigí a la cabina de teléfonos más próxima. Mientras marcaba el número de la redacción del periódico, pensé que, con un poco de suerte, podríamos cubrir el hueco dedicado a los sucesos locales. Si Rafa, nuestro fotógrafo, se daba prisa y conseguía una buena instantánea, rellenaríamos fácilmente más de media página para el día siguiente. Tras dejarle el correspondiente aviso, dominado por una mezcla de curiosidad e impaciencia, atravesé la calzada sin respetar los semáforos y pasos de peatones. A punto de ser atropellado, me gané los merecidos insultos proferidos por un airado conductor.
En el barullo se palpaba la tensión que generan situaciones tan dramáticas. Entre los congregados reconocí al inspector Manolo Salgado, un melenudo con patillas largas, vestido con vaqueros gastados y la camisa por fuera. Como mínimo llevaba tres o cuatro días sin afeitarse. No tenía pinta de poli. Gozábamos de cierta amistad, forjada a través del ejercicio de nuestras respectivas profesiones, ambos dedicados a indagar en los entresijos de la miseria humana. Con la ayuda de un miembro de la Policía Armada tapaba con un mantel el cadáver tendido en el suelo. Debajo asomaba un pie calzado con una zapatilla deportiva, un detalle sombrío que acrecentó mi inquietud.
—Hola, Manolo, ¿qué ha pasado? ¿Un accidente? ¿Un suicidio? —le pregunté.
Manolo giró la cabeza, mirando de soslayo a un lado y otro, antes de contestar a media voz».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Javier de Pro os lo agradeceremos.