Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Dos épocas, un solo París sacudido por la historia. En 1983, la funcionaria española Beatriz Sástago asiste a un homenaje a los caídos en la Semana Sangrienta. Allí descubre la figura de Ignace Lecomte, organista de Notre-Dame, quien en 1871 arriesgó su vida para salvar los tesoros del Louvre mientras la Comuna de París ardía en llamas. A través de una delicada trama, la novela revive el ocaso de una ciudad atrapada entre la revolución y la destrucción, hasta su renacimiento entre las cenizas de los incendios que forjaron el París moderno.
Dr. D. José Vicente Rubio Eire (Madrid, 1972) es abogado de profesión y escritor por vocación. Apasionado de la historia y la literatura, compagina su labor en el ámbito del derecho con su dedicación a la narrativa. Es director de la revista de creación literaria El Movi_Miento y autor de El Tratado de Madrid y Más Oscuro que el Negro, novelas que han sido reconocidas por su rigor histórico y profundidad narrativa. El ruido de las sombras es su tercera obra, en la que vuelve a combinar su meticulosa investigación con una prosa evocadora, transportando al lector a los momentos clave de la historia.
«El ruido de las sombras es un viaje apasionante al París en llamas, donde historia e intriga se entrelazan en dos épocas clave. A través de personajes inolvidables, vivirás la Comuna de 1871 y su lucha por la libertad. Con una prosa envolvente y un rigor histórico impecable, esta novela te hará sentir el pulso de una ciudad al borde del abismo. Si te fascinan las historias de revolución, traición y destinos cruzados por el devenir de la historia, El ruido de las sombras es tu próxima lectura. Sumérgete en sus páginas y deja que París te envuelva con su luz… y sus sombras.»
«París. Avenida de los Campos Elíseos. 21 de marzo de 1871.
Osiris se asomó al balcón del salón principal de su residencia en la ciudad, situada en el segundo piso, desde donde se tenía una panorámica casi completa de la avenida. Era extraño ver la calle tan desierta, especialmente para alguien que conocía la ciudad tan bien como él.
Abajo, una carroza y una carreta cargada de muebles, cuadros y todo cuanto se pudiese cargar esperaban la orden del patrón para partir. Una señora mayor, algo entrada en carnes, sollozaba dentro del coche de caballos, mientras una niña de unos once años, con su mejor traje dominical, miraba hacia arriba, hacia el piso que dejaban atrás. La niña encontró la mirada de Osiris, y su rostro se llenó de tristeza y miedo ante lo desconocido. Para consolarla, Osiris le dedicó su mejor sonrisa y le saludó con la palma de la mano abierta.
Aún tuvieron tiempo de intercambiar unos cuantos gestos antes de que el padre de la criatura, un burgués vestido con el mejor traje de su guardarropa, saliera del portal. El industrial, pues esa era su ocupación, repasó las últimas instrucciones con el cochero y el carretero antes de disponerse a entrar en el elegante carruaje, chistera en mano. Su mujer lo detuvo con un comentario molesto, obligándolo a girarse hacia el edificio que estaban abandonando.
Su inspección visual le condujo hasta su nuevo vecino, ese ser estrafalario que no podía disimular su procedencia de los barrios altos de Pigalle. Todo en él era discordante: su pelo rizado y enredado, su rostro tardíamente juvenil, al que intentaba dar hombría y dureza con una perilla desproporcionada, su chocante bata de seda verde bordada con motivos chinos, probablemente proveniente del armario de sus antiguos vecinos, y, para completar el cuadro, sus extravagantes botines puntiagudos de cuero.
La cólera se reflejó en el rostro del industrial, pero era consciente de que poco podía hacer y el tiempo apremiaba.
—¡Cochino populacho! —murmuró entre dientes—. ¡Ya volveremos y os haremos pagar por todo esto!
Con un gesto de desprecio, se giró y entró en la berlina mientras señalaba enérgicamente al cochero que partieran de una vez.
Acariciándose la larga perilla trenzada de la que se sentía especialmente orgulloso, Osiris se movió ligeramente en el balcón para observar la parte inferior de la avenida, en dirección a la Plaza de la Concordia.
Los palacetes estaban todos cerrados; si uno se fijaba en las ventanas de los edificios residenciales, no había señal de vida en ninguno de ellos. La vida en la ciudad, su bullicio natural, comenzaba solo a partir del obelisco de Luxor.
Osiris sacó una petaca de su elegante bata, pero justo cuando iba a llevársela a los labios pensó que, dada su nueva posición social, sería más adecuado servirse el licor en una copa de cristal.
Para cuando entró en la vivienda, el carruaje y la carreta del vecino ya habían partido hacia Versalles.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93, Eire os lo agradeceremos.