Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
Uno de los protagonistas humanos de esta historia es un policía de una brigada destinada a la vigilancia del comportamiento de las máquinas cuánticas. Individuo solitario, ya maduro, descreído y cínico, marcado por tragedias que soporta, pesadamente, en su conciencia. Se enfrenta a un caso complicado en el que, contra todo pronóstico, encuentra ayuda en otro de los protagonistas de esta historia: un ordenador cuántico de última generación. Juntos experimentarán sensaciones totalmente nuevas y sorprendentes para ambos.
El mundo cambiará. Las máquinas serán casi omnipotentes y se convertirán en un reflejo de lo mejor y de lo peor de nosotros mismos. Es fundamental aprender cómo hemos de enseñarles nuestro sentido de la justicia, de la libertad, de la amistad y hasta del perdón.
Lo más parecido a un concurso que he ganado fue la crítica de una de mis profesoras de lengua: «Esta redacción la has copiado de algún sitio. Ya me enteraré de cuál, de momento tienes un cero».
Mis escritos literarios son muy escasos para tan largo viaje: una gavilla de relatos y alguna novela. Dormitan en el fondo de un cajón.
He leído poco y a pocos. Pero he releído mucho y muchas veces. Y pienso seguir disfrutando mil y una veces con la tierna osadía del loco de la Mancha, doliéndome con la dramática soledad del último superviviente de Ainielle, o con el diario de la terrible experiencia de la mujer anónima durante los últimos días de abril y los primeros de Mayo en el Berlín de 1945.
En resumen: un menos que mediocre aficionado a las letras, con un pie ya cerca del estribo pero que no ha tenido que suplicar el favor de ningún conde.
«—Ese ya no vuelve por aquí. Aunque nunca se sabe, le deben muchos favores, tiene amigos poderosos. No me extrañaría que tuviera una buena fortuna oculta y la usara para buscarse otro contenedor y volver a machacarnos. O que se lo pagara alguno de sus amigos hampones
—¿Otro cuerpo dice, jefe?
—Claro. Seguro que está a su alcance. Si lo hace sabe que por aquí no puede volver porque lo detectaríamos antes de que entrara por la puerta. Pero, fuera de aquí, podría ir a donde se le ponga y con los contactos que tiene nos podría joder
—Pero ahora ¿es así de fácil?
—¿El qué? ¿buscarse un cuerpo nuevo? Claro, si te lo puedes pagar. Está prohibido pero hay un circuito de clínicas secretas que dan ese servicio. Si te admiten como cliente, después de investigarte a fondo, no tienes más que elegir el portador que quieras del catálogo que ellos manejan. Podemos tener al cabezón reencarnado en un joven atleta, negro o chino. Incluso en un indio.
—¿En un blanco no?
—No creo. Esos cuerpos son el top. Gigaexclusivos, lo más de lo más. Sólo están al alcance de los más poderosos, de los más ricos. Presidentes de multinacionales interplanetarias, superbanqueros, deportistas galácticos y jefes mafiosos.
—Entonces todos ellos ¿nunca mueren? ¿se reencarnan?
—Sí amigo, los budistas tenían razón. Los verdaderamente ricos nunca, salvo error claro. Ahora recuerdo un caso que dio la vuelta al sistema solar: a un rico, de los de verdad, rico por su casa durante generaciones, blanco, anglosajón y protestante, descendiente de algodoneros del sur de EEUU, le traspasaron su conciencia al cuerpo de un negro mandingo, supongo que por ahorrarse pasta, que serán ricos pero aun así les puede la avaricia. Él mismo lo eligió en el catálogo. Tal vez se ilusionó con el cuerpo del negro y las proezas amatorias que le iba a proporcionar, que esos cuerpos son muy golosos. Bueno, pues el imbécil acabó tirándose desde el puente de Brooklin. En la nota de suicidio que dejó a la familia decía que no podía soportar mirarse al espejo cada mañana al levantarse. No podía ni mirarse las manos. El muy jodío
—¡Qué desperdicio de cuerpo!
—Pues sí. Aunque debe haber muchos. Negros y latinos. Las empresas dedicadas a este negocio ponen sus algoritmos a rastrear las redes en busca de gentes desesperadas, con marcadas tendencias suicidas, que den el perfil, es decir, completamente sanos de cuerpo. Cuando encuentran uno le ofrecen el oro y el moro para que en lugar de tirarse de una lanzadera o atiborrarse de pastillas, cedan su cuerpo. Suelen conseguirlo con los que tienen familia y todavía algo de juicio
—¿Y le colocan la conciencia completa? ¿tal cual?
—Depende del interés del cliente. Por lo que se sabe hay una casuística variada. Lo más habitual es que se la traspasen, entera y verdadera, monda y lironda, sin modificar ni una sinapsis. Si quieres alguna reparación aumenta el precio
—No me lo diga jefe. Blanquear la conciencia para quitarse culpas debe ser de lo más caro. Hay que reconstruir billones de conexiones neuronales
—Quizá, aunque concretamente ese trabajito es algo tan demandado que casi se ha convertido en un servicio público. Un lifting de conciencia sin moverla a otro cuerpo, que eso, como te digo, es lo que está prohibido. Pero ese tipo de arreglo estético, el lavado de culpas, la limpieza de la sensación de pecado, el borrado de errores, la neutralización del amargor de los recuerdos, y cosas por el estilo, eso sí que está al alcance de mucha gente. No de todos, porque sigue siendo caro. Pero no es prohibitivo».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Santiago B. Suárez os lo agradeceremos.
