Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
En el prestigioso decelerador de membrículos, un físico neurótico llamado Stewart reflexiona sobre su mediocridad valiéndose de ese estricto método que configura todo su conocimiento. Penosas divagaciones en torno a lo que pudo ser y no fue se enlazan con discusiones teóricas sobre la naturaleza de la conciencia. Catalizador de estas discusiones es Greta, una neurocientífica que se cruza en su camino y que pone en jaque lo que de entendible tiene su vida. Pronto se impondrán entre los dos asuntos que superarán los límites una vez imaginados y cuestionarán múltiples áreas de las estructuras de relaciones que configuran lo que entendemos por humano. De fondo, una extraña entidad amenaza constantemente con girar el foco de la historia. Solo permanece una certeza: la realidad, que siempre se impone.
Sergio Alonso López (2001) nace en Madrid, pero hace el bachillerato en Leganés, de donde por tanto es. Su vida, que actualmente se encuentra en vorágine nihilista, parece encaminarse a la Filosofía (signifique lo que signifique la palabra «filosofía»), carrera que estudia. Su trayectoria literaria comienza en la poesía. Poco a poco sus poemas se vuelven largos, épicos, narrativos, hasta que el autor se decide a dar el paso a la archipotente prosa. Su primera novela se vuelve rápidamente un cúmulo de experimento y pierde el rumbo. Su segundo intento fragua en la actual propuesta.
En cuanto a la pequeña porción de su obra que con seguridad no será inédita, destaca un cuento en la antología de la Escuela de Escritura Creativa Clara Obligado «¿Qué se ama cuando se ama?» y un cuento de ciencia ficción en una próxima antología, que todavía no tiene nombre. Del resto dará cuenta el orden del tiempo, por definición justo.
«La inteligencia artificial es un entramado teórico en el que confluyen multitud de disciplinas científicas y técnicas (neurociencias, ciencias cognitivas, estadística, ciencias de la computación, lógica…). De ese mejunje surgen una serie de preguntas más o menos cohesionadas por las correspondientes implicaciones sociales y filosóficas. Estas preguntas impregnan de una a otra manera la narración.
La narración hace uso de técnicas aprendidas de algunos de los distintos maestros realistas que han venido experimentando con la novela. Referentes son Kenzaburo Oé, Virginia Woolf, Phillip Roth, Roberto Bolaño, F. Scott Fitzgerald, pero sobre todo el premio Nobel Saul Bellow, clara influencia estilística a la hora de escribir gran parte del texto.
La novela interesará, por un lado, al interesado en la inteligencia artificial y la literatura de ciencia ficción que trata esos temas; por otro, al lector de novela realista».
«Stewart se transportó entonces a un tiempo en que el apelativo "nueva generación” todavía se refería a él. Se desplegó en su mundo inteligible la compleja trama de situaciones que conformaba su vida. No creía en la idea de que eran dos o tres los acontecimientos que definían el carácter de una persona, como líneas la silueta, pero esa era la representación con la que su limitada mente operaba. Sus padres le educaron con dureza, le regularon todo. La comida y el sueño eran la base de un monolito cuya cumbre eran las clases extracurriculares de matemáticas: el alimento de los dioses. En el colegio encontró en el aula de ciencias su templo. Las palabras siempre le parecieron los signos que los tontos usaban para no enfrentarse a la verdad. El templo no transigía: cada uno encontraba allí lo que merecía. Lo que le dolió siempre fue no ser el mejor: nunca ganar nada en las olimpiadas matemáticas. Conocía a los mejores y los odiaba, aunque lo llevaba en secreto, asumiendo que el odio era un asunto privado.
Su niñez se estiraba como un chicle, masticada por las fauces de la memoria. Incluso si había perdido el sabor, la boca no parecía querer escupirlo, y se resignaba a repetir indefinidamente el mismo gesto de estiramiento y compresión. ¿Qué encontraba después de una vida consagrada a la ciencia? Miró acaso con tanto ahínco el cielo que se olvidó de las verdades terrenales. Nada tan poético; miró al suelo como un bobo y soñó con hormigas gigantes, pero se encontró con un vacío tan grande que lo alguna vez soñado se tornaba irrelevante. Que la ciencia era explicación y no competición, eso solo lo decían los perdedores, como consuelo, y los mejores, imbuidos del éxtasis de la falsa modestia.
No, nunca descubriría nada y ya no le importaba lo más mínimo».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Sergio Alonso López os lo agradeceremos.