Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Uno puede caer de muchos modos distintos —de cien, como mínimo— y volver a levantarse o hundirse en la miseria. Los cien caídos nos hablan de la amistad, de las relaciones de pareja y la soledad, de la sexualidad, del humor, de la locura, de la muerte y de aquello que nos hace ser humanos. Por sus páginas desfilan pintores, alquimistas, sacerdotes, ilusionistas, payasos, suicidas, hombres del tiempo, tarotistas, detectives, francotiradores, artistas marciales, vendedores ambulantes, actores, escritores, prostitutas, vampiros, psicoanalistas, fotógrafos, porteras, programadores, punkis, pianistas, físicos, boxeadores, cómicos, futbolistas, médiums, entomólogos, bohemios, jubilados y hasta cien personajes que se ven arrastrados por una condición humana a la que ninguno de nosotros es ajeno.
Jordi Bachero nació en Barcelona en 1979. Comenzó a escribir mientras cursaba sus estudios de filosofía en la Universitat de Barcelona, donde se licenció en 2005. Los temas que trata en sus obras son un reflejo de su formación humanista y se manifiestan en géneros literarios tan distintos como la novela Refugio, los relatos breves de Los cien caídos y Gente corriente, el ensayo Found in translation y el poemario de haikus Los ecos del cuco. Más allá de la literatura, cuenta con un catálogo pictórico que incluye alrededor de mil dibujos y pinturas, algunos de los cuales han sido mostrados en diversas exposiciones. Actualmente reside en el Empordà, donde compagina su labor narrativa con la fotografía, otra de sus grandes pasiones. Recientemente ha publicado la obra de tirada limitada Walking by their side, un breve recorrido por su trayectoria fotográfica.
«Uno puede caer de muchos distintos —de cien, como mínimo— y volver a levantarse o bien hundirse en su desgracia para siempre. Los cien caídos nos habla a través de cien personajes tan variopintos como locos, alquimistas, sacerdotes, ilusionistas, payasos, suicidas, pintores, tarotistas, detectives, pescadores, pinchadiscos, francotiradores, artistas marciales, vendedores ambulantes, actores, escritores, estudiantes, prostitutas, vampiros, psicoanalistas, fotógrafos, porteras, nadadores, programadores, punkis, pianistas, físicos, boxeadores, cómicos, futbolistas, médiums y entomólogos de temas como la amistad, las relaciones de pareja, la soledad, la sexualidad, el humor, la locura, la muerte, el arte y… en resumen, hacen válida la máxima latina que reza aquello de que nada humano nos es ajeno».
«Su ropa descansaba bien doblada sobre la silla con el alzacuellos encima. A su lado, en la cama, la muchacha ya dormía, pero él se sentía incapaz de conciliar el sueño. Se levantó. Caminó sin hacer ruido hasta el baño y cerró la puerta con cuidado. Encendió la luz y observó su rostro en el espejo. Le costaba un gran esfuerzo devolverle la mirada. Examinó sus facciones con detenimiento para mantener ocupada su mente. En los últimos meses le habían aparecido nuevas arrugas —o eso creía— y el cabello junto a las sienes comenzaba a blanquear. Ya no era ningún niño. Los años de estudio y de oficio le hacían responsable de sus actos. De todos ellos.
Pensó en el jardín del Edén, con sus fértiles y verdes tierras salpicadas por los infinitos colores de la Creación, bajo un cielo intenso de azul cobalto donde todo gozaba del cambio perpetuo y permanecía, no obstante, siempre igual; pensó en Eva, en la manzana, en el apetito y en el acto de comer sin hambre; pensó en Abel y en Caín, en la virtud y en la envidia de la virtud; pensó en la sed de perfección y en la caída de Lucifer; pensó en los herejes protestantes, en los pastores fornicadores que formaban una familia y amaban a sus hijos tanto como amarían a Dios, si no más, y pensó en aquel verano cuando siendo niño encontró un saltamontes que había perdido una de sus patas traseras y apenas podía arrastrarse por el suelo. «¡Mátalo!», le ordenó su hermano. "¡Písalo de una vez!".
Apagó la luz, abrió la puerta y volvió a su dormitorio. Se sentó en el borde de la cama y se quedó contemplando a la tenue luz de la luna la ropa doblada sobre la silla. No, no cedería al impulso de vestirse y salir corriendo de allí. Ya no era un crío. Era un sacerdote adulto y responsable de sus actos.
La joven respiraba plácidamente a su lado.
Se metió entre las sábanas y sus ojos desvelados se fijaron en el ventilador del techo, que giraba despacio removiendo el aire cálido del cuarto. Sintió el temor de Dios en el que fue educado y lo aceptó con sinceridad. Mañana por la mañana hablaría con ella. Se mantendría sereno, le explicaría la situación y le ofrecería lo que alguien de su posición puede y debe ofrecer. La escucharía en confesión, si así lo deseaba, y seguiría recibiéndola como feligresa igual que lo había estado haciendo antes de lo sucedido, algo que permanecería para siempre anclado en aquella noche».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Jordi Bachero os lo agradeceremos.