Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
¿Si la Tierra fuera invadida y los gobiernos decidieran condenar a la propia humanidad con sus decisiones, qué razones para vivir quedarían?
Álex y Carlos serán dos de los pocos supervivientes de Madrid que contarán con un plan de escape. Junto con Aitor, sargento de zapadores, y Alicia, trazarán una ruta para huir de Madrid y encontrar un lugar seguro donde instalarse. En su camino, descubrirán horrores que van más allá de lo imaginable y se enfrentarán a la tiranía de quienes han asumido el fin del mundo como una oportunidad de reinventar su manera de concebir la existencia.
Los héroes no existen es una aventura de horror cósmico, repleta de acción, con multitud de referencias a la música ochentera y a la cultura pop.
Hernán Ruiz-Lopera. Nacido en Madrid, en 1989, y criado en el Barrio del Pilar, me considero una persona sencilla con dependencia por la socialización. Curiosamente, mi afición por la escritura comenzó en el mismo momento en el que abandoné el periodismo por las finanzas, transformando la obligación en un hobby. Esta novela, como muchas otras, se desarrolló, en buena parte, durante la cuarentena por la Covid-19; aunque la idea se alimentó, previamente, de mi devoción por las aventuras en campañas de rol, inspiradas en Los Mitos de Cthulhu, y surgió, mucho antes, tras el visionado de Cloverfield (2008), una película que presenta una de las tramas románticas más valientes y desinteresadas que jamás haya presenciado, pasando desapercibida por la mayoría de los amantes del séptimo arte. Si alguna vez te cruzas conmigo, pregúntame por qué.
«Inspirado por las campañas de rol y el universo expandido de Los Mitos de Cthulhu, así como por la literatura del siempre admirado Stephen King, Los héroes no existen profundiza en la capacidad del ser humano de desatar la valentía y poner en riesgo la integridad, pese a considerar que la cobardía e individualismo intoxican la mente y el instinto más egoísta: el de supervivencia.
Tengo el orgullo de presentarte una aventura que te sumergirá en una ambientación apocalíptica y de horror cósmico protagonizada por personas normales. Sí, normales. Porque somos pura naturalidad, y más todavía los españoles, queriendo así representarnos mediante cuatro amigos que deciden seguir un plan descabellado para sobrevivir a la invasión alienígena más fugaz e imposible de enfrentar.»
«Más allá del Barrio del Pilar y de la carretera de circunvalación de Madrid, también conocida como M-30, y más allá de los chalets y urbanizaciones de Mirasierra, donde la clase obrera del distrito de Fuencarral-El Pardo había fantaseado alguna vez con vivir en una urbanización con piscina o en un chalet adosado, una figura gigante vagaba por la periferia de la ciudad. Estaba encorvada. Tenía unos largos, gruesos y puntiagudos pelos que le asomaban por la espalda, y que le recordaban a Aitor a los de un puercoespín. Su constitución era semejante a la de un humanoide y se desplazaba con la fuerza de los brazos, como un simio. Sus extremidades inferiores, o lo que quedaba de ellas, eran arrastradas por la superficie de las azoteas. Empleaba los tejados para moverse. Aitor calculó que mediría, más o menos, lo que un edificio de seis o siete pisos. De improviso, el monstruo levantó la cabeza como un corzo alertado ante la presencia de un cazador. Se quedó un par de segundos quieto, como una estatua de piedra, y giró bruscamente en dirección a donde se encontraba su insignificante observador sobre la azotea. Aitor sintió algo parecido a lo que comúnmente a él le gustaba calificar como tener los huevos de corbata, pero esta vez los tenía sobre la cabeza con un nudo haciéndole un lazo. Se agachó y regresó hasta la puerta, dejando la caja de ganzúas todavía como tope. Escuchaba su propia respiración acelerada. Tras unos instantes de duda y pavor, el militar se echó a reír a carcajadas. No tenía claro si no había llegado a mearse un poco encima, pero pensó en lo idiota que había sido al creer que aquel nastro le había visto a tal distancia. Era imposible. Recobró la confianza y seguridad en sí mismo. Se pasó el dedo índice por el ojo para quitarse una legaña que le molestaba a la vez que lanzaba un suspiro de alivio. Cuando decidió ponerse en pie y volver a salir para asegurarse de la situación en el perímetro que le rodeaba, un pequeño temblor le obligó a agarrarse de la barandilla de las escaleras. Un segundo temblor sucedió al primero y otro más a éste. Aitor se hizo pequeño de nuevo. Se acurrucó tras la puerta y su estómago se cerró. Los temblores se incrementaron en tiempo y espacio, y cada vez se sentían con más violencia. Aitor terminó por creerse lo que hasta hacía un momento le pareció una idea descabellada.
Sí que me había visto, joder. Seré imbécil.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y Hernán Ruiz-Lopera os lo agradeceremos.