Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
En un agosto sofocante, un vagabundo muere asesinado en uno de los túneles del cercanías que atraviesa el Parque de la Paz, en Madrid. Meses más tarde, en diciembre, el teniente Elías Garcinuño se incorpora de nuevo a su puesto de trabajo después de superar una depresión y en su primer día conoce a la que será su nueva compañera, la sargento Beatriz Cano. Debido a un imprevisto, y empujados por su superior en el mando, se verán atrapados en un hotel en la sierra de Gredos, aislados por un temporal de nieve que está asolando gran parte de la península. Los cuatro días del puente de la Constitución, que se presumían tranquilos, se vuelven inquietantes, pues se produce un nuevo crimen, en apariencia sin relación con el anterior. Un asesinato donde nada es lo que parece.
Jorge Morra nació en Madrid, en Lavapiés. Su verdadero nombre es Jorge Sánchez y el seudónimo o alias «Morra» le viene del ajedrez, juego del que es un gran aficionado. Se licenció en Ciencias Matemáticas en la especialidad de Matemática Fundamental por la Universidad Complutense de Madrid, y al concluir sus estudios comenzó a impartir clases de Secundaria y Bachillerato, actividad que ha venido realizando hasta el presente, a lo largo de más de veinticinco años. Le encanta la lectura, el cine, la cocina, el ajedrez y, por supuesto, las matemáticas. Tiene publicados más de una veintena de cuadernos en los que desarrolla los temas de la oposición de Secundaria. Escribe de forma habitual en su blog: www.jorgemorra.com, y también tiene un canal de YouTube con numerosos vídeos de resolución de problemas.
«Nieve negra no es la clásica historia del asesino en serie, cuyas víctimas son prostitutas, menores, políticos o matemáticos; tampoco es la del policía corrupto que se mueve por el submundo sucio y depravado de la sociedad en la que vive; ni una historia de venganza donde al asesino le asaltan constantemente los recuerdos de los abusos que sufrió siendo un adolescente.
No, nada de eso tiene que ver con Nieve negra.
Con una lectura fácil y dinámica, el autor nos presenta un relato policíaco a la vieja usanza, donde el objetivo es localizar las pistas que ha ido dejando a lo largo de todas sus páginas y aceptar su desafío: descubrir al asesino a la par que lo hace el detective. Si te gustan las historias de Agatha Christie, esta es tu novela».
«Jueves, 6 de diciembre, Día de la Constitución, 13:35 horas.
Poco después de la una, Carlos anunció que la comida estaría preparada a las dos y media. De hecho, fue más una pregunta que una afirmación, pero estuvimos de acuerdo.
El billar acabó con una paliza (no sé cuántos a cero), lo que cabría esperar de alguien que asocia taco con comida mexicana. No me importó, nunca he tenido especial interés en ganar a ningún juego. No tanto Carmen, cuyo nivel de competitividad rayaba la irracionalidad; bastaba verla perder una partida de ajedrez en cualquier torneo que jugara.
Después volví a mi habitación a descansar y leer un rato. Salí sobre las dos y cuarto, un poco antes de la hora de la comida, y me dirigí al salón. La mesa estaba preparada con los platos, cubiertos, servilletas, vasos y copas necesarios. Se encontraban todos presentes, salvo el hermano mayor. Formando grupos y hablando entre susurros de lo ocurrido aquella mañana con Laura, y de lo que yo me enteraría a lo largo de la tarde.
Carmen me había dicho que no me sentara cerca de él; y siendo sincero, las conversaciones en el billar, interesantes o no, colmaron las que pudieran quedar entre nosotros. Contaba casi por horas las relativas a la compra o venta de acciones o de empresas, de últimas tecnologías en móviles o tabletas o, como venía al caso, de efectos sobre la banda, la bola corrida o el pase de bola.
No me importa que de forma puntual, alguien me bombardee desarrollando aspectos de su trabajo, o que alardee de ser un experto en alguna faceta concreta. Pero en el caso de Alejandro, lo que le gustaba era oírse, y muy poco si yo comprendía lo que me explicaba. Aun así, me arriesgué; seguí los mismos pasos que la noche previa y esperé a que todos estuvieran sentados. Lo hice en el lugar que quedó libre.
Fue curioso que cada uno repitiera sitio, lo que me provocó cierto déjà vu y el deseo de que no ocurriera lo mismo.
Las opciones del menú de aquel mediodía estaban cerradas. Consistió en una sopa castellana, seguida de una ración de chuletillas de cordero con patatas panaderas y pimientos de piquillo, y de postre arroz con leche. De bebida seguimos con cerveza, refrescos, agua y vino de Rioja.
Pensé en que la reserva original de alojamiento y desayuno de mi compañera se había ampliado por necesidad. Ahora comíamos y cenábamos también.
Yo tenía hambre y agradecí la sopa, más si cabe con la temperatura que hacía en el exterior. Así que la tomé con cierta rapidez; tanta que me sorprendió haber terminado, y que Manuel o David, o incluso Beatriz, apenas la hubieran empezado. Todo en silencio, nadie había hecho ningún ruido, salvo para comer. El único sonido consistía en el tintineo de las cucharas al chocar con los platos, o el leve soplido de algunos a fin de enfriarla justo antes de llevársela a la boca.
Fue Alejandro el que lo rompió:
—¿Hoy nadie dice nada? Vaya comida más coñazo —dijo, y bebió un trago de vino.
No contestamos. Algunos, entre ellos Manuel o Antonio, se limitaron a levantar la vista de su plato y a observarle con cierta desgana. No existía el propósito de continuar ninguna de las conversaciones que partieran de Alejandro. En realidad, también tuve la impresión de que no había intención de empezar o de continuar ninguna otra.
—¿Y tú qué tal? ¿Has dormido bien sin mí? —preguntó a Laura.
—Sí —contestó esta, en un tono apenas audible que su marido no oyó.
—Que si has dormido bien, ¡joder! ¿Estás sorda? —Aumentó el volumen y le gritó.
—Ya te ha contestado —le recriminó Manuel—. Te ha dicho que sí. Tal vez seas tú el que tengas problemas de oído».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Distrito 93 y Jorge Morra os lo agradeceremos.