Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 50 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo que puede rondar los 2-3 meses.
2021, una familia cae por un agujero hasta Farbe, el mundo de los colores. Allí conocerán a Rubí y su pueblo colorado y vivirán mil aventuras con tiburones con piel de delfín, un parchís humano, torneos de justa a lomos de hormigas, bebés gigantes, ciudades que viajan en el tiempo; y ayudarán a una tripulación vikinga a rescatar a un grupo de clics en su barco pirata y enfrentarse al malvado Hialino, el mago transparente.
Javier Lázaro Sanz y Gonzalo López Cerrolaza han sincronizado sus teclados para escribir juntos Si la causalidad lo permite: una novela que evoca a Lewis Carroll y Roald Dahl, a Lyman Frank Baum y a Saki; al cine de Tim Burton. Rápida, ágil, llena de aventuras y amistad y con el aliciente de contar en un mismo libro con caballeros medievales, magos, vikingos y piratas.
Javier Lázaro Sanz, escritor, es también ingeniero informático en sus ratos libres, por ello todos los unos y ceros que aparecen en la novela los ha escrito él. También algunas íes mayúsculas, porque parecen un uno y algunas oes mayúsculas, porque parecen un cero. Así: 1, 0, I, O. También ha escrito muchas de las vocales, le gustan mucho las vocales. Y las palabras «murciélago» y «Aurelio».
Gonzalo López Cerrolaza también es critor. Critor es una palabra que me acabo de inventar y que designa a alguien que «mola mucho».
Los dos autores tienen ya 43 años, pero aparentan veintipocos porque de pequeños se cayeron en una marmita llena de celofán y sus caras quedaron estiradas y sin arrugas desde entonces. Se conocieron desmantelando una red de tráfico de órganos robados a niños pobres del tercer mundo.
«¿Alguna vez te has preguntado qué puede pasar si la casualidad lo permite? Si una tarde cualquiera durante un paseo rutinario un par de perros, tras la infructuosa persecución de unos conejos, encuentran por azar un agujero enorme en el campo, y si entras en ese agujero para explorar ¿qué podría pasar?
Quizá haya que preguntar a una tripulación vikinga que sabe que solo navegar a la deriva es navegar, a unos clics piratas que no se resignaron a ser objetos inanimados, a unos isleños que cada día amanecen en una época histórica distinta o a una pareja protagonista que decide explorar un mundo hecho de magia y brillantes colores al cual se accede a través de un agujero enorme en el campo.
La vida puede dar un giro y convertirse en una aventura si la casualidad permite que leas esta novela».
«Entonces escuchamos una tos forzada a nuestras espaldas. Nos dimos la vuelta y vimos un sombrero de copa enorme, casi tocaba el techo de la habitación, y debajo un niño pelirrojo de unos seis o siete años que nos miraba con dos inmensos ojos azules y sonreía abriendo la boca y dejando ver que le faltaban un par de dientes de leche.
“Bienvenidos a Farbe. Mucho habéis tardado en llegar a un mundo que al fin y al cabo está en vuestro mundo, sólo que dentro de un agujero”, dijo con una voz tan aguda que parecía que había aspirado helio, “llevo casi tres años esperando vuestra llegada. Vamos, no hay tiempo que perder”. Anonadados le seguimos sin rechistar, aunque antes Turrón se acercó a él hasta poner el hocico en su cara y aspirar con fuerza para captar todos sus olores. Parecieron gustarle, porque acto seguido le pegó un lametazo por toda la cara, con la consiguiente mueca de asco por parte del niño pelirrojo. “Vamos”, repitió, y todos aceleramos el paso, Turrón el primero.
El recorrido que trazó el pequeño era ir dando la vuelta a cada pared del cubo de izquierda a derecha, pared roja, pared amarilla, pared azul y pared verde, y otra vuelta; de nuevo, pared roja, pared amarilla, pared azul y pared verde. Al llegar por segunda vez a la esquina entre la pared verde y la pared roja, el niño comenzó a caminar en vertical subiendo por la pared, era la pared blanca, y todos le seguimos. En aquella habitación la Ley de la Gravedad era más leve de lo que parecía. Al llegar al techo, que era gris perlado, el niño pelirrojo puso su pequeña mano derecha en un punto concreto donde había dibujada una pequeña equis y, al tocarla, se abrió una trampilla de la que salió una escalera extensible por la que todos subimos, incluso a los perros no les resultó nada complicado subir por aquella escalera, ya que más que subir, la sensación era que estábamos bajando.
Al fin llegamos hasta otra puerta y al atravesarla vimos un inmenso campo de girasoles. El niño comenzó a correr, nosotros comenzamos a correr, comenzó a ir en zigzag y nosotros tras él. Creo que nos habría resultado imposible no seguir a ese pequeñajo con sombrero de copa alto. Llegó un momento en que perdimos la pista del pelirrojo, pero encontramos una especie de semillas rojas en el suelo y la seguimos entre los girasoles. Recogí una para ver lo que eran y, al sentir mi mano, la semilla se movió, se abrió de par en par mostrando dos alas. En el mismo instante en que me di cuenta de que era un insecto, algo más grande que una mariquita y sin lunares negros, echó a volar y desapareció de mi vista. Bajé la mirada y vi la sonrisa desdentada del pequeño pelirrojo mirándonos. “Me llamo Rufo”, dijo, “es la hora de los churros con chocolate”».
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes, Javier Lázaro Sanz y Gonzalo López Cerrolaza os lo agradeceremos.