Colaborando en esta campaña preventa recibirás el libro en casa antes de que entre en circulación, para que esto sea posible nos hemos propuesto alcanzar en torno a 40 reservas, para iniciar los procesos de edición justo después de finalizar la campaña; en un plazo de unos meses.
Tras la muerte de su esposa, Julián, un médico jubilado de San Sebastián, encuentra en su desván un tren eléctrico que nunca llegó a funcionar. Movido por la obstinación y la culpa, decide viajar hasta Laponia para devolverlo a su misterioso fabricante. En el trayecto, entre trenes, nieve y recuerdos, irá reconstruyendo los fragmentos de una vida marcada por la distancia emocional, la pérdida y la torpeza del amor. Lo que comienza como una reparación mecánica se convierte en una búsqueda íntima: devolver algo que no supo cuidar, reconciliarse con su pasado y hallar, en el paisaje helado del norte, un último atisbo de ternura.
El médico de juguetes es una historia sobre la redención, el peso de la memoria y la posibilidad de reparar, aunque sea tarde, lo que se rompió dentro de uno mismo.
José Vicente Alonso es escritor y viajero incansable. Autor de obras como Alonso mi verdadero conquistador, La flecha amarilla, A contracorriente, Huida hacia el cielo, Kabir y Jai Alai Player, su literatura se nutre de experiencias vividas en rutas como el Camino de Santiago, el Teide, el río Uruguay o el desierto del Sáhara. Ganador de numerosos certámenes —entre ellos el “Francisco González Díaz”, “Verónica García Peña” y “Entre Pueblos”— ha sido finalista en premios de narrativa y novela corta. Apadrinado por la Sociedad Geográfica Española, prepara la Expedición Zerzura 2026 y desarrolla los proyectos Vagamundo y Tinta en la piel, que combinan aventura, solidaridad y literatura.
«He realizado incontables viajes en solitario por los parajes más recónditos del mundo: Amazonia, Patagonia, Sahara.. y en esta ocasión me inventé un personaje para llegar hasta el Círculo Polar Ártico. Todo aquel que tenga ganas de soñar, nada más tiene que montarse conmigo en el coche y disfrutar de todo lo que ví y de todo lo que sentí. Tras pogramar el itinerario del viaje, ideé las dos tramas de la novela: una primera hasta Rovaniemi en busca de la solución a un problema infantil y la segunda más emotiva y personal intentando parar el tiempo.»
«Menos mal que llegué a mi destino, si no hubiera tenido que hacerme un implante de retina nuevo, y eso que comencé el día con pocas ganas de abrir los ojos.
Llegué al hospedaje en Örnsköldsvik, otro sitio encantador, donde me recibió Emma y donde me tuve que quitar las botas antes de entrar en la vivienda. El calzado se dejaba en el zaguán. Parecía un quinceañero, pues lo primero que hacía nada más llegar a los hoteles era preguntar por el código wi-fi. Yo, que apenas había utilizado el teléfono móvil para llamar o recibir llamadas, ahora me veía guardando datos, descargando aplicaciones e incluso reservando alojamiento por aquel “aparatito”. También es cierto que tengo que darle las gracias a mi nieta la mayor, que con infinita paciencia, durante los últimos días antes de emprender esta aventura, me había puesto al corriente de los avances de la técnica. No obstante tenía anotado en un cuaderno, paso a paso como se utilizaban las aplicaciones.
Aquella noche apagué la luz y encendí la imaginación.
Torsdag.
Cuando me desperté a las cinco de la mañana, hacía un rato que ya había amanecido. Un día soleado, sin nubes, ideal para quitar kilómetros, porque en aquel viaje la carretera era mi fábrica de emociones. Así que abandoné aquel pueblo de nombre impronunciable en dirección al norte. Circular por Suecia resultaba fácil, así que decidí desconectar a Cecilia. En la calle hacía una temperatura de dos grados centígrados bajo cero, a aquella distancia del Polo Norte el invierno nunca andaba muy lejos. Reinicié mi peregrinar por autopistas y carreteras principales, a los lados abetos y lagos tal y como los había dejado el día anterior.
Aquellas vías discurrían alejadas de los recodos, de los rincones maravillosos, de las sorpresas. En aquel momento comprendí lo que sucedió el día anterior; ¿cómo puede una persona viajar por Suecia y no salir con las retinas quemadas de tanto usarlas? Por momentos el sol me daba de frente y resultaba muy difícil conducir cada vez que giraba hacia el este. De nuevo me acercaba al mar Báltico, volvía a hablar solo y a cantar, pero en aquella ocasión no bajé la ventanilla. Almorcé en Främlingshem porque me gustó el nombre y poco después escuchando a Bob Marley seguí consumiendo kilómetros por aquella carretera que daba la vuelta a Europa. Al frente, rectas interminables, mientras el retrovisor me devolvía la imagen de mi cara. A los lados, escondidas entre los árboles que me veían pasar, casas de madera con tejados a dos aguas, la gran mayoría pintadas de color granate con los marcos de las puertas, ventanas y aleros de color blanco.»
Por otro lado, independientemente de que colaboréis realizando vuestra reserva o no, en ocasiones no se puede, sería una inestimable ayuda que os hicieseis eco de esta campaña a través del boca-oreja o por redes sociales... la Cultura, Malas Artes y José Vicente Alonso os lo agradeceremos.
