Cesáreo, alías Cafrune, es un hombre marcado por un estigma maldito, una «letra escarlata», en aquellos años anteriores y posteriores a la Guerra Civil española: es hijo bastardo.
Después de soportar su infancia y adolescencia en la inclusa, se enfrentará a la vida y a sí mismo. Ha padecido, además, la peor pérdida posible. Ha perdido a su madre. Bajo la imaginaria tutela de ésta, se iniciará en la vida, en el misterio de las mujeres, en la amistad. Así, hasta alcanzar el perdón y la redención de sí mismo, de la forma más inimaginable para él, convirtiéndose en un Robinson de los pinares.
Tandaia es una editorial con voluntad de cambio, de publicar obras poco convencionales pero de indudable calidad, con nuevas y refrescantes ideas como es el emplear una campaña preventa para promocionar cada título cuando esta todavía se encuentra en proceso de edición. De este modo eres tú, ahora que te estás planteando cómo colaborar, el que decide si la obra que te presentamos verá la luz pasando a formar parte de nuestro catálogo... porque consideramos al lector parte fundamental del proceso.
Hoy te presentamos a Carlos Foronda.
Nació en Valladolid, en la década de los cincuenta, donde cursó estudios de Derecho. Desde adolescente, se interesó por la literatura, por las palabras. Nunca estuvo de acuerdo con el dicho tan manido «una imagen vale por mil palabras». Es exactamente, al contrario: es la palabra la que construye las imágenes del mundo.
Perseguido por esa idea, se convirtió en un asiduo lector, que luego devino escritor. Ha publicado reportajes en el periódico de su ciudad y ha participado en algunos certámenes literarios, descubriendo línea a línea, párrafo a párrafo, la verdad que dejó escrita Max Aub: «escribir es ir descubriendo lo que se quiere decir».
«Creo sinceramente que será provechoso y sorprendente para el lector, seguir la peripecia vital e íntima de un hombre condenado por su tiempo y transformado en un superviviente de su condena.
El lector no se encontrará con un "hombre modélico" en el sentido habitual de este término, pero sí hallará uno, entre otros de los muchos caminos, de su determinación para hacerse un hombre».
Y por aquí una muestra de lo que encontraréis en sus páginas:
«Yo procedo de la inclusa, así que sé de lo que hablo. Mi padre —¡mal rayo le parta!— dejó a mi madre en cuanto tuvo noticia de su preñez. Desapareció, el cabrón, sin más. Soltera, sin recursos, menospreciada por el barrio y acosada por el cura de la parroquia por su pecado, entregó al niño, o sea yo, a las monjas del hospicio para que "recibiera una educación cristiana", según el cura.
Tengo el recuerdo en la sangre de la disciplina que imponían las monjas, sus constantes alusiones al pecado y los esfuerzos que tendríamos que hacer "los hijos del vicio" para redimirnos ante Dios. ¡Que ese dios las confunda!
Todavía no me he podido sacudir el olor y el sabor de la berza, esa pestilencia del orfanato, junto a piojos, cucarachas y bichejos de toda clase a los que atraía nuestra miseria. No he vuelto a probar la berza. Ni la probaré.
Eran los años anteriores a la guerra, a la maldita guerra que nos trajo a todos más desgracia y lacería.
Me fui hasta su bar y allí me di de bruces con el teniente Aparicio, Joaquín, el furriel y el conductor del Ejército Dámaso.
Entablamos conversación como es de rigor y a sus preguntas sobre mi trabajo en las gaseosas, les contesté que poco tiempo me quedaba allí.
—¿Y qué vas a hacer?
—Coño, a mi edad, cobrar la indemnización y el paro de un año que me da el Estado. Yo ya no estoy en edad de que me contraten en sitio alguno. Además, he de buscar refugio, porque la Ferro cierra el hostal.
Esto último, lo de La Ferro, lo dije sin querer, sin intención. Pero se ve que uno no dice lo que quiere, sino lo que ese otro que llevamos dentro le obliga.
—¡Hostias! Te vienen a pares —exclamó el furriel.
—Ya lo ves. Lo del trabajo es una gatada buena, pero, bueno, a mí ya no me queda mucho para cumplir la edad de jubilación. Eso tenía que llegar.
Sin embargo, lo que más me encoge es tener que dejar la Ferro. Ahí sí que me duele. Son muchos años los que he vivido allí. Muchas veces he pensado en buscar un sitio para mí, pero por dejadez, negligencia, comodidad o lo que sea, no lo he hecho. Lo que más delito ha tenido es que yo nunca he sido un convencido de los hostales. Para los que están de viaje o temporalmente en un sitio, me parecen la mejor solución, la más cómoda. Pero para vivir en ellos, no. Ahora no me quedan más cojones. Y a mi edad mudar de nido es muy doloroso.
Venga, no es cosa de lamentarse. El encuentro con amigos no lo debe empañar nada. De otras más gordas he salido. Os convido en vuestra cantina.
—No va a poder ser, Cesáreo, esa cantina ya no existe.
—¡Qué me dices, teniente!
—Lo que oyes. Desde hace quince días nos estamos apañando una en el mismo cuartel. Se están haciendo unas obras para que una de las salas del cuartel sirva de cantina. Son órdenes de arriba. No quieren que sigamos ahí. Que si escaqueos, que si borracheras a destiempo, que si partidas de naipes. Te lo puedes imaginar.
—Pues yo le tenía cariño a ese chigre. He pasado muy buenos ratos allí.
—Y todos, terció el conductor.
—¿Y para qué lo vais a utilizar?
—Para nada. Se ha cerrado con la cadena y el candado. Es lo que ha ordenado el capitán Ballesteros. Eso quiere decir que el coronel no le ha dado ninguna orden.
—Coño, ahora que lo digo, esa cantina se va a quedar sin uso. De ahí, bien se puede arreglar una vivienda. Bastaría con meter una cama y unos muebles. No sería como un pisito, pero con voluntad e imaginación se podría vivir. Al menos temporalmente —sugirió el teniente.
Me quedé absolutamente perplejo. Estaba más que claro que esa alusión tan directa iba dirigida a mí. Vacilé, dudé, pero mi valentía acudió a mí y me arranqué.
—¿Y quién podría ocuparla?
—Con la autorización del coronel del regimiento, el que quisiera.
—Pues aquí tienes uno».
Sabemos que son tiempos difíciles, también nosotros los sufrimos, y es posible que no te encuentres en disposición de apoyarnos con tu mecenazgo en estos momentos... pero esperamos que si esto te ha llegado al alma, incluso si tal vez conoces en persona al autor, trates de difundir esta campaña (facebook, twitter, blogger, boca-oreja... ) para que alcancemos nuestra meta y Carlos Foronda vea publicada su obra.