Al comenzar el Estado de Alarma en marzo de 2020, me encuentro con miles de opiniones contradictorias sobre la pandemia. Los medios de comunicación y las redes sociales bombardean con información deprimente sobre cifras de contagios y muertes, y cada uno gestiona como puede el miedo y la incertidumbre.
En aquel momento, me hallaba en un dilema: por un lado, tenía miedo; y por otro, el miedo era algo que no podía permitirme, puesto que trabajaba en un hospital como técnico de rayos X y todos los pacientes infectados con el virus del siglo, precisaban una prueba diagnóstica para su tratamiento. A esto había que añadir que tengo tres hijos casi adolescentes que, de repente, se encontraban sin poder salir y que venían a mi casa a semanas alternas.
Así que, me inventé un compañero de piso, EL INSULSO, que me acompañó en los momentos de soledad y después decidió compartir conmigo también el resto de los momentos. Entre los dos intentamos paliar los efectos de la pandemia en nuestro entorno, convirtiéndonos en súper héroes cuando hacía falta, en vecinos en momentos clave y en miembros de una Resistencia ficticia que se negaba a pasar por todo esto con desesperación.
Además, EL INSULSO, como su propio nombre indica, es un individuo tan simple y con tan poco espíritu que se mete en todo tipo de líos y mantiene mi mente activa y alerta, lo que hace mucho más llevaderos los quebraderos de cabeza que nos ha dado esta pandemia.
Tandaia es una editorial con voluntad de cambio, de publicar obras poco convencionales pero de indudable calidad, con nuevas y refrescantes ideas como es el emplear una campaña preventa para promocionar cada título cuando esta todavía se encuentra en proceso de edición.
De este modo eres tú, ahora que te estás planteando cómo colaborar, el que decide si la obra que te presentamos verá la luz pasando a formar parte de nuestro catálogo... porque consideramos al lector parte fundamental del proceso.
Hoy te presentamos a Reyes Martínez Hernández.
Madrileña de nacimiento y asturiana de acogida, es técnica especialista en Radiodiagnóstico desde 1993 y compagina su trabajo en un hospital con la labor de ama de casa y madre de tres hijos y con su afición a la escritura.
Hasta el momento tiene trece obras publicadas destinadas al público infantil, juvenil y adulto.
Entre las infantiles, se encuentra la saga de Candela: Candela y el misterio de la puerta entreabierta, Candela y el rey de papel (publicadas por Bambú editorial, de Ed. Casals, tanto en el ámbito nacional como en el Sur de América), Candela y el cocinero de sueños, Candela y el tren de las palabras clandestinas y Candela y el cancerbero del tiempo, de gran aceptación entre el público infantil y juvenil. La edad para su lectura recomendada sería a partir de ocho años. En diciembre de 2017 publica un poemario a partir de 107 relatos escritos por niños de 8 a 10 años, en este caso, la rima y la imaginación se hacen dueñas de sus páginas.
También se atreve con el público adulto con cuatro novelas policíacas: Me llamo Roberto y la saga de la inspectora Benítez: El Arcano número 13 ; El primer pecado y Devuélveme las alas.
En literatura juvenil, se enfrenta al público adolescente con Diseña a tu familia. Pincha AQUÍ con una obra con el valor de la familia como trasfondo.
En Siete formas de perder el pelo, también juvenil, pone a prueba una amistad sólida y sincera en una divertida secuencia de historias (a cuál más disparatada) en las destacará, como uno de los mayores valores de la vida, la solidaridad.
Y con El Centinela pretende dar visibilidad al problema del acoso escolar creando una figura, un héroe anónimo, que se enfrenta a los acosadores y se convierte en un apoyo de los que se sienten rechazados. En la trama consigue cambiar los roles de acosados y acosadores en un intento de que se pongan unos en la piel de los otros. Este libro está siendo lectura recomendada en varios centros de todo el territorio español y está a punto de ver su séptima edición.
«Todo empezó el día que se decretó el Estado de Alarma. Sentí un momento de angustia provocado por mi afición a lo novelesco y casi esperaba ver tanques por la calle y al ejército dueño de la ciudad.
Después pensé que no estaba sola, porque, en realidad, toda España sentía lo mismo que yo (posiblemente extendido al resto de la población mundial), aunque cada uno viviera la situación de una manera y con sentimientos totalmente opuestos.
Se me ocurrió que nadie está solo en realidad, mientras una sola persona piense en ti y se preocupe de lo que te ocurra. Y así surgió EL INSULSO, una figura tan real como INventada y tan compañía como INcordio. Se convirtió en un compañero ideal para hacer de los malos tragos, menos malos.
Con él he vivido cientos de aventuras emocionantes sin necesidad de salir de casa o del trabajo, con excursiones, deporte de confinamiento, bizcochos sin levadura y juegos en los que nos convertíamos en otros para pasar el rato.
Sin olvidar a las víctimas, al terror y a la incertidumbre que aún nos acompaña, este libro es un homenaje en forma de sonrisa y de actitud hacia la vida, porque si algo he aprendido en todos estos años, es que la lucha y el optimismo hacen más llevaderas las cargas que se nos imponen.
Estas historias podrían ser el día a día de cualquiera, porque todos hemos pasado por algunas de las situaciones a las que el insulso me ha llevado a mí en todas estas cuarentenas. Solo hay que cambiar el ángulo desde que se miran…»
Y por aquí una muestra de lo que encontraréis en sus páginas:
«Ayer volvió mi insulso compañero de piso. Los niños no están y necesitaba compartir el sofá (por eso, he elegido a alguien intangible, para que no me quite el mejor sitio).
Al volver de trabajar paré para hacer la compra. Me encontré a una amiga en la frutería y, aparte de lo extraño de saludarnos «efusivamente» a metro y medio, tuve que añadir la rara sensación de ser escuchadas. Me he dado cuenta de que tengo otro superpoder y van cinco: soy como el Fairy ultra. Me preguntó qué tal en el hospital y sentí cómo las otras tres personas que esperaban a una distancia prudencial se alejaban un metro más al oír la palabra hospital (pasa lo mismo con sanitario, bombero, personal de limpieza, policía y transportista, qué raro...). Trabajar estos días en sanidad es como echar una gota de Fairy en un plato con suciedad: la repele. Lo usaré a mi favor cuando quiera alejar a alguien de mí, por supuesto. Al llegar a casa pienso en este nuevo poder y reprimo mis ganas de salir al rellano y compartirlo con el vecino, no vaya a alejarse él también, que es un poder nuevo y aún no lo controlo.
En la farmacia es aún peor. Pido paracetamol y un termómetro y, ante la cara de terror del farmacéutico, me veo obligada a explicarle que no los necesito, que los compro por ser precavida, por si acaso, no me vayan a hacer falta. Se fuerza a sonreír y se separa un poco (maldito superpoder, necesito entrenar).
Pero lo que menos le perdono a este bicho, es que me tiene incomunicada. Tengo teléfono fijo, móvil, ordenador, puedo hablar... el problema es que, cuando me quedé sorda del oído izquierdo, aprendí (un poco, que esto es como una carrera de grado superior y estaré más o menos en tercero) a leer los labios. Me di cuenta de que, en lugares concurridos, no oía más que ruidos, me costaba seguir las conversaciones. Y ahora.... maldito bicho que nos obligas a llevar mascarillas... ¡¡no puedo leer los labios a nadie!!
Como estoy frustrada, he decidido retomar mi nueva novela para matar a la manera tradicional, que empezaba a perder la costumbre. Como no me centro del todo, me sorprendo a ratos escuchando la letra de la canción “arreglada” por mi hijo. Es para no echarlos de menos. Desafinan tanto que mi cerebro me pide que descanse de ese sonido al menos una semana. Justo el tiempo que tardarán en volver a casa: la terapia de choque ha funcionado.
Sin darme cuenta, me encuentro junto a la ventana a que den las ocho. Silbo todo lo que puedo y aplaudo pese a que me duele el cuello. No me quejo, en estos días no puedes quejarte de algo diferente al bicho:
—¡Rápido!, ¡he perdido una pierna!
—¿Tiene tos?, ¿fiebre?, ¿dificultad respiratoria?
—No, doctor, pero mi pierna....
—Naaaaaa, un poco de Loctite, un paracetamol y para casa. Y, por favor, sea responsable y no olvide tomarse la temperatura dos veces al día...
Le cuento el chiste improvisado a mi insulso compañero de piso y casi se cae del sofá de la risa. Lo mejor de inventarte un compañero de piso es que se ríe cuando tú quieres, te acompaña cuando tú quieres y se calla cuando tú quieres. Le dejo un poco más de sitio en el sofá y que elija serie, que se lo ha ganado. Entonces me dejo llevar y pongo la mente en blanco, que es mi poder número seis y el que hoy más me apetece».
Sabemos que son tiempos difíciles, también nosotros los sufrimos, y es posible que no te encuentres en disposición de apoyarnos con tu mecenazgo en estos momentos... pero esperamos que si esto te ha llegado al alma, incluso si tal vez conoces en persona al autor, trates de difundir esta campaña (facebook, twitter, blogger, boca-oreja... ) para que alcancemos nuestra meta y Reyes Martínez Hernández vea publicada su obra.