Durante la ofensiva nazi en la operación Barbarroja, la aislada aldea ucraniana de Zaricyne se verá invadida por la violencia del avance militar. En ella, una mujer maldita marcada por el destino deberá luchar por sobrevivir y alcanzar el edén soñado. Sobreponiéndose a todos los inconvenientes y avatares de la hambruna genocida, la formidable Polesia llegará a lograrlo, hasta que los panzers destruyan ese precario equilibrio y tenga que enfrentarse a los fantasmas de la guerra descubriendo cómo amar a quien debería odiar, cómo odiar a quién debería amar y cómo contar la verdad a quien merece escucharla, aun cuando ello podría alejarla de lo que más quiere.
La epopeya de una mujer en un mundo sangriento donde el auténtico protagonista es un quimérico paraíso mancillado por la crueldad de la guerra y la maldad del género humano. Toda una lección de superación y supervivencia en la Ucrania protosoviética durante la segunda guerra mundial. Un universo fabuloso de autarquía decimonónica, de laxa moralidad, de indolencia política, de costumbres ancestrales que ayer eran comunes en la naciente Europa bolchevique y hoy resultarían increíbles. ¿Realmente pudo existir Zaricyne?
Tandaia es una editorial con voluntad de cambio, de publicar obras poco convencionales pero de indudable calidad, con nuevas y refrescantes ideas como es el emplear una campaña preventa para promocionar cada título cuando esta todavía se encuentra en proceso de edición.
De este modo eres tú, ahora que te estás planteando cómo colaborar, el que decide si la obra que te presentamos verá la luz pasando a formar parte de nuestro catálogo... porque consideramos al lector parte fundamental del proceso.
Hoy te presentamos a Fernando Ortega Andrés.
Este amante del deporte, el ajedrez, la educación, la historia y la literatura. Cree ciegamente en el poder de las palabras, y cree poder jugar con ellas al Tetris. Trabaja como profesor de Educación Física en un instituto de Enseñanza Secundaria en Valencia.
Autor de la novela El Hechizo de Caissa (Viceversa 2011), de la novela El diablo Tatuado (pendiente de publicación), Helena se escribe con hache (pendiente de publicación) y los libros de relatos Cuando llega el otoño y Secretos contados (pendientes de publicación), ganador del II Premio Águilas de Relato Breve (2018) por el relato El claro de luna, y ganador del Concurso de relatos de la UPV con el relato Quinientas noches. En el Concurso de relato corto histórico del Museo L’Iber, segundo clasificado con «Caco y los gansos de Juno», año 2011 , Mención Honorífica, por «La columna del recuerdo», año 2013, tercer clasificado con «El enlace», año 2019.
«La literatura siempre cuenta la épica de la guerra mundial, olvidando que en esos años también hubo historias de europeos que sufrían y amaban, que luchaban por sobrevivir, no a los cañones, sino a sus propias miserias, vicisitudes y sentimientos. En Los Pantanos de Polesia podrás imaginar un mundo distinto, paralelo a los acontecimientos que le rodean, donde ideales y política se rinden a la terca realidad mundana y la sensualidad de la piel. Quizás llegues a creer que aquel paraíso ignoto fue real».
Y por aquí una muestra de lo que encontraréis en sus páginas:
«Egbert. Dije su nombre para tranquilizarlo y tranquilizarme. Quién podía saber si él interpretaría el vendaje del cuello y mis cuidados como amigables o pensaría que lo mejor era matarme antes de intentar averiguar nada más: era la guerra, primero dispara y después pregunta, ese era el orden que la prudencia aconsejaba. Se hallaba en territorio enemigo, no había motivos para el optimismo. Pero como te decía, Dios estaba de mi parte. Si alguna posibilidad había de que aquel nazi no me considerase hostil, fue en esa ocasión, y no hay explicación lógica para ello. No me sonrió, no me contestó, apenas paseó la vista por el establo en busca de enemigos o simplemente para reconocer el terreno en busca de una valoración posicional como haría un buen soldado, pero un vistazo a su propia postura postrada y su vendaje, y quizás mi actitud cauta pero sosegada, le hicieron ver que mis intenciones no eran agresivas. Seguramente pudo leer en mi cara el temor disfrazado de prudente reserva.
Sveta, dije señalándome a mí misma. Pareció comprender, o eso pensé al percibir un ligero asentimiento con su cabeza. La barrera idiomática nos separaba, ambos éramos conscientes. Dijo algo que no entendí en lo que supuse sería alemán, una lengua que yo desconocía por completo entonces y ahora. Probó en ruso. Hoy yo no hubiera tenido problema alguno para traducir su mensaje, ya sabes que tras la guerra a todos los ucranianos nos impusieron la lengua moscovita, pero en 1941 yo solo hablaba nuestro dialecto polesio y podía hacerme entender en ucraniano y a duras penas en bielorruso, además de poseer algunas nociones básicas de polaco. Esta última lengua fue nuestro nexo lingüístico, aunque justo es reconocer que él apenas se defendía con cuatro expresiones básicas y un centenar de palabras que con grandes dificultades lograba articular en frases entendibles, y yo, la verdad, tampoco iba muy sobrada de léxico. Así que entre un poco de polaco y un mucho de expresión corporal intercambiamos nuestros primeros mensajes. Algunas cosas no sé si las deduje en nuestros surrealistas intercambios de frases inconexas disfrazados de conversaciones o las asumí generosamente integrándolas en la historia y la imagen que de él me había formado. Quizás muchos datos fueran inciertos, pero no me importaba. Creía creer que él era así, y ya sabes, Volodia, a veces no importa tanto lo que es como lo que tú crees que es. No siempre vale la pena saber la verdad, si esta destruye un ideal que nos hace felices. Cuanta más ciencia, menos magia, decía Jakob, aunque él lo decía justo en el sentido contrario».
Sabemos que son tiempos difíciles, también nosotros los sufrimos, y es posible que no te encuentres en disposición de apoyarnos con tu mecenazgo en estos momentos... pero esperamos que si esto te ha llegado al alma, incluso si tal vez conoces en persona al autor, trates de difundir esta campaña (facebook, twitter, blogger, boca-oreja... ) para que alcancemos nuestra meta y Fernando Ortega Andrés vea publicada su obra.