Cuando el hielo que cubre la isla de Komi desaparece en circunstancias misteriosas, el modo de vida de su Familia se ve trastocado y su futuro, puesto en entredicho. Ni siquiera las historias que los Abuelos cuentan sobre Matra pueden explicar el extraño fenómeno.
Pero la comida escasea y la situación no deja de empeorar. Con la intención de encontrar al ladrón de su hielo y arreglar las cosas, Komi inicia un viaje en el que descubrirá la verdad tras las leyendas de su gente y conocerá a personas que viven en comunidades radicalmente diferentes a la suya.
Tandaia es una editorial con voluntad de cambio, de publicar obras poco convencionales pero de indudable calidad, con nuevas y refrescantes ideas como es el emplear una campaña preventa para promocionar cada título cuando esta todavía se encuentra en proceso de edición.
De este modo eres tú, ahora que te estás planteando cómo colaborar, el que decide si la obra que te presentamos verá la luz pasando a formar parte de nuestro catálogo... porque consideramos al lector parte fundamental del proceso.
Hoy te presentamos a Adrián Hernández Miguélez.
Nació en Logroño en 1995 y desde muy joven tuvo claro que quería dedicarse a la literatura. A los diez años escribió su primera novela y desde entonces no ha dejado de imaginar historias.
En 2017 resultó ganador del I Concurso de Relatos Cortos de la Universidad de la Rioja, donde se graduó en Estudios Ingleses. Posteriormente, realizó un máster en Traducción Literaria y Audiovisual en la UPF Barcelona School of Management. Además de esta novela, ha publicado también La flor esmeralda en Editorial Tandaia.
«Madre llora es una novela de fantasía y ciencia ficción que narra una historia de comunidades, más que de individuos, y explora los lazos y conflictos que se crean entre estas ante un peligro inminente. En su aventura, Komi aprenderá que existen personas egoístas que no están dispuestas a renunciar a sus privilegios ni siquiera por un bien mayor y que la honestidad y la cooperación son actitudes necesarias para solucionar un problema global».
Y por aquí una muestra de lo que encontraréis en sus páginas:
«Solo Amu parecía ajena a la discusión de los otros ancianos y se había quedado en su tienda preparando la comida. Cuando se hubo asegurado de que ninguno de los demás podía responder a sus preguntas, Komi fue a visitarla. Le gustaba Amu. Era una de las pocas Abuelas que escuchaba a los niños y nadie la había oído gritar nunca. Además, se encargaba siempre de cuidar de los demás, algo que Komi apreciaba pese a que aborrecía verse en la obligación de hacerlo tan a menudo.
—Matra debe de estar muy, muy triste —fue todo lo que dijo la anciana, sin embargo.
Komi no lo entendía del todo bien. Nunca había visto a Matra por allí y, desde luego, no sabía por qué la desaparición del hielo iba a afectarla más a ella que a toda la Familia. ¿Acaso era Matra la que llevaba generaciones colocando sus tiendas en el hielo? ¿Acaso eran los padres de Matra los que seguían fuera de cacería? ¿Tenía acaso que cazar focas para no morir de hambre? En la mente de Komi, Matra era una idea muy difusa y abstracta que, por algún motivo, sí que parecía tener sentido para los Abuelos. Hablaban de ella en todo tipo de situaciones, aunque no parecieran guardar relación a primera vista. Komi debería haber supuesto que también la mencionarían ahora que el hielo había desaparecido.
—Yo creo que alguien nos lo ha robado —le confió a Amu.
La anciana esbozó una débil sonrisa y asintió, aunque no parecía del todo segura. En aquel momento, tenía la mirada fija en el contenido del caldero que se calentaba sobre las ascuas, pero Komi podía ver que sus preocupaciones eran otras y que su mente estaba lejos, muy lejos de allí.
—¿Pero qué querría hacer alguien con todo nuestro hielo? —preguntó, tratando de acercarla un poco.
—Quién sabe —respondió Amu, encogiéndose de hombros—. Todo es posible.
—¿Los pingüinos pueden vivir en el barro? —inquirió Komi entonces, con curiosidad. Y añadió, antes de que la anciana respondiera—: ¿Y las focas? Amu abrió la boca, pero no dijo nada. Volvió a encogerse de hombros, hundió el cucharón en la sopa y siguió removiendo. Komi se dio cuenta entonces de que había echado al caldero menos carne que de costumbre».
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