Tras vivir un varapalo con su editor al presentar su segunda novela, Carlos, sufre un accidente en el que se enamora de la conductora del coche que por poco lo atropella. Obsesionado con ella, y borracho, busca los servicios de un detective privado. Sin embargo, va más allá y termina colgando un anuncio en el que se ofrece a sí mismo como detective privado. A partir de ese instante, comienza a trabajar en una serie de casos que lo emplazarán a las situaciones cómicas que son el eje vertebrador de la obra.
A través de sus aventuras, el protagonista descubrirá poco a poco mucho sobre sí mismo, sobre la relación con su pareja, y sobre su obsesión con la muchacha que casi lo atropella. Se trata de una novela de humor con un giro final inesperado que transforma toda la obra y obliga al lector a mirar atrás en busca de las pistas que se han ido diseminando.
Tandaia es una editorial con voluntad de cambio, de publicar obras poco convencionales pero de indudable calidad, con nuevas y refrescantes ideas como es el emplear una campaña preventa para promocionar cada título cuando esta todavía se encuentra en proceso de edición.
De este modo eres tú, ahora que te estás planteando cómo colaborar, el que decide si la obra que te presentamos verá la luz pasando a formar parte de nuestro catálogo... porque consideramos al lector parte fundamental del proceso.
Hoy te presentamos a Miguel Gardeta.
Estudió en Huesca, su ciudad natal, la licenciatura en Humanidades. Durante el tercer curso, marchó con una beca de movilidad universitaria europea, Erasmus, a Toulouse, Francia, donde siguió sus estudios en la Université de Toulouse le Mirail. Regresó con la mente abierta con respecto a todos los aspectos de la vida. Al finalizar, estudió la diplomatura en Magisterio, cerca de su ciudad natal, en Zaragoza. Ya sabía que quería educar niños. Más adelante continuó sus estudios con un máster de ELE (español como Lengua Extranjera) en la Universidad Pontificia de Salamanca. Es en este período cuando comienza a escribir y da forma a su primera novela, Cruce de Fronteras. Finalmente, un máster en Criminología, completaría una educación de lo más variopinta.
Una vez que comenzó a trabajar como maestro en España, decidió darle un giro de ciento ochenta grados a su vida y marchó a Londres a tratar de trabajar como maestro. Trabajó un año y medio en Londres. El trabajo como maestro no se materializó, solo encontró trabajo en una tienda de alimentación. Tras Londres, vino Berlín, en las mismas circunstancias que Londres. Aquellas experiencias se transformaron poco a poco en su segundo libro, Mi no Spick Londón. No obstante, todas las aventuras tienen un final, y termina dándose cuenta de que necesita volver a dar clases. Volver a educar niños, como es su vocación.
Vuelve a su España natal y comienza a trabajar en varias escuelas rurales, donde adquiere experiencia vital y laboral. Fruto de una de aquellas escuelas rurales es su tercera novela Sangre de Rodeno. Más adelante, aparece En Defensa de Plutón. De repente, surge la posibilidad de volver a marchar, en esta ocasión a Houston, Estados Unidos, a trabajar con el Houston Independent School District y no lo duda. Invierte en Estados Unidos tres años, los cuales dedica a recopilar anécdotas personales sobre sus experiencias, que plasma en un nuevo volumen, Houston, Ahora el Problema lo Tienes Tú.
En el presente ha vuelto de su periplo americano y, aunque no ha dejado la enseñanza, sigue trabajando en varios proyectos literarios, entre los que se encuentra Sin licencia.
«Cantaba Sabina, ya con una voz más perjudicada que la mía que había más de cien razones para no cortarse de un tajo las venas. No iré yo tan lejos como para asegurar que van a querer desangrarse si no me leen, ni que yo mismo cometeré un harakiri ritual si no me dedican una porción de su preciado tiempo. Tampoco pretendo caer en lugares comunes como que la lectura te transporta a sitios lejanos y te permite vivir diferentes vidas; ni siquiera invocaré el mantra de que el olor al papel es "algo especial" que no puede uno encontrarlo en ningún otro lugar. En realidad, no soy ni mejor ni más especial que su vecino del segundo B. Al contrario, adolezco de los mismos pecados veniales, tal vez más, que cualquier mortal que se precie. No estoy aquí para venderles la panacea del entretenimiento, capaz de eliminar toda marca de tedio de sus existencias, como si de un comercial de teletienda de madrugada se tratara. No pretendo ser telepredicador, ¡alabado sea el Señor!; ni tertuliano con todas las respuestas a la crisis. Por cierto, ¿se han percatado de que, leamos cuando leamos este texto, conserva su vigencia? Da miedo darse cuenta de que vivimos en una continua crisis, ¿eh?
Muy a su pesar, no estoy dispuesto a dárselo todo mascado para ustedes simplemente digerir, como polluelos. De hecho, me proclamo contrario a ese tipo de cultura de masas en las que el espectador, o lector, llamémosle consumidor, simplemente se acomoda y engulle por osmosis todo aquello que los directivos de las grandes empresas del entretenimiento quieren que traguemos. No les puedo prometer que les va a gustar mi obra, o que vayan a correr detrás de mi utilitario, lanzándome su ropa interior, masa enfervorecida. No obstante, puedo prometerles sonrisas, sorpresas y un trato cercano, porque yo, como ustedes estoy ahí y sigo vivo con cada palabra que tienen a bien leer de las que he escrito.
Quiero dar las gracias, antes incluso de saber si han confiado en mí o no, pues en los tiempos que corren, el mero hecho de invertir un tiempo que no nos sobra en alguien a quien apenas conocemos, es un hecho admirable a tener en cuenta. Gracias, porque sin ustedes, los lectores, nosotros, quienes intentamos poner una palabra detrás de otra con sentido, no somos nada. Imploro a los cielos cada día para que no se nos olvide jamás, ni a ustedes, ni a nosotros. Los lectores son quienes tienen el poder. Y ya se sabe, que todo gran poder, conlleva una gran responsabilidad. Ejérzanlo sabiamente».
Y por aquí una muestra de lo que encontraréis en sus páginas:
«Me aproximé a la caja con una botella de algo que parecía güisqui, de tres euros, y una bolsa de patatas fritas con “sabol beicon” debajo del brazo. Sería suficiente para continuar con mi estado de felicidad artificial. Sería suficiente musa para la noche. Glutamato mono sódico y alcohol destilado de forma ilegal, ¿qué más se puede pedir para una velada? No necesitaba contratar los servicios de ninguna... puta literaria, para seguirla y describir sus movimientos. La sola idea me resultaba obscena y fuera de lugar. Pagué y salí de allí sin bolsa, menudo robo, hasta los chinos cobran ya por las bolsas de plástico.
Me senté al borde de la cama, perfectamente planchada por unas manos amorosas de madre diligente, y solté las pinzas que ejercían mis manos sobre mis últimas adquisiciones de corte asiático. La bolsa de aperitivos cayó a peso sobre la alfombra, con un ruido de plástico metálico, recordando el supuesto ambiente estéril de su interior. La botella rodó unos centímetros y dio a parar contra una de mis desgastadas zapatillas. Bajé la mirada y la vi. La volví a tomar del suelo y la miré a trasluz, no me detuve a leer la etiqueta. No merecía la pena. Su color ambarino me devolvió el reflejo de un rostro cansado de luchar contra alguien a quien no recordaba haber conocido. La abrí y me la llevé a la boca. El sabor amargo unido a la temperatura, muy poco apropiada para el tipo de licor que contenía, hizo que me estremeciera, y una mueca de disgusto recorrió mi faz. No obstante, continué bebiendo. No hay nada como seguir bebiendo la misma porquería para terminar acostumbrándose a ella. SI algo no te gusta, finge hasta conseguirlo.
Cuando por fin aparecí desde el cuarto de baño, por llamarlo de alguna manera, el espectáculo que descubrí fue verdaderamente vejatorio para todos los presentes. Gregorio, en el suelo enmoquetado con las manos ligadas a la espalda, ni siquiera era capaz de ponerse en pie, asemejaba una oruga pugnando por sobrevivir, recién caída del árbol. Las dos muchachas, medio desnudas, propinaban golpes inocuos a Sancho encima del lecho, en algo similar a una secuencia de cine para adultos. La una vestida con un camisón de raso que apenas cubría sus partes púdicas, y la otra con el uniforme de limpieza. Parramatta debía estar saboreando el momento.
Abrí el temido cajón donde se encontraba el instrumento con el que, empleado de manera sabia, y con la suficiente responsabilidad, alcanzaría mi meta. El chándal era viejo pero permanecía nuevo, una perfecta paradoja de todas mis tentativas fallidas. El inconfundible sonido del tactel al arrancarlo del sueño de alcanfor, unido a los tonos metálicos me daban un aire a los Modern Talking, algo que, en el momento en que se adquirió, supongo que sería lo más.
El patio de la escuela de la congregación de Santa Úrsula era, como todos los patios de colegio, gris y aburrido. Por muchos colores que intentaran volcar sobre el asfalto en forma de pintura, rayuelas en el pavimento, y marcas de canchas deportivas, la cruda realidad del sistema educativo obligatorio en nuestro país era siempre la misma. Desalentador; una cárcel donde depositar a nuestros vástagos en un horario que cada cierto tiempo cambia, igual que el nombre de las asignaturas, los maestros, la forma de evaluación, e incluso el grosor del papel higiénico. Sin embargo, en el fondo, todo permanecía exactamente igual. Los colores no podían evitar el tedio. Los ríos, y reyes, a aprender continuaban inamovibles, por mucho que se cantaran canciones a su alrededor. Incluso las cuartillas se comportaban como la lija en un lugar que no podía traer si no dolorosos recuerdos a todos los que hubieran pasado por ahí, es decir, a todos, por eso se le llama obligatoria.
—Niño, dame ese tebeo o te daré hostias hasta que Gibraltar sea español.
El cóctel de gambas era muy mejorable, aunque el rosbif cocinado en su punto. Por otra parte, y después de seis glandes de mono, podía asegurar abiertamente que mi ebriedad confería un sabor especial a los platos que degustamos. El kebab de la esquina, o los sucedáneos de aperitivos que vendía el chino de debajo de casa de mis padres, me habrían resultado manjares dignos de dioses nórdicos en esa tan penosa situación en la que me encontraba; alcoholizado, y firmando un pacto con el diablo, pero mucho más cerca de alcanzar mi sueño.
Querían acariciarme a mí, y vaya si lo hicieron. En menos de lo que me hubiera dado para quejarme, se posicionaron alrededor de veinte manos encima de mí rasgando mis ropas, y dejándome en cueros. A continuación, e intentando cubrir mis partes pudendas, sin conseguirlo, me alzaron por encima de sus cabezas, en posición horizontal, como el Cristo de la Buena Muerte. Se desplazaron conmigo hacia un lugar indefinido de la taberna. Digo indefinido porque desde mi nueva posición fue imposible discernir si me dirigía hacia la izquierda, o hacia la derecha. Ya tenía bastante con intentar que nadie me agarrara del miembro viril, que pendía aterrorizado, exactamente igual que su portador».
Sabemos que son tiempos difíciles, también nosotros los sufrimos, y es posible que no te encuentres en disposición de apoyarnos con tu mecenazgo en estos momentos... pero esperamos que si esto te ha llegado al alma, incluso si tal vez conoces en persona al autor, trates de difundir esta campaña (facebook, twitter, blogger, boca-oreja... ) para que alcancemos nuestra meta y Miguel Gardeta vea publicada su obra.