Somos la voz de los niños y las niñas de una casa refugio en Iganga, al sur de Uganda, a dónde hemos viajado este verano para colaborar con la banda de música que ellos mismos han creado. Gracias a los conciertos que hacen pueden conseguir dinero para comida, tasas escolares, entre otras necesidades, pero no para cubrir el coste de las 21 camas y colchones que necesitan para poder descansar y vivir de manera digna.
Son niños y niñas cuyas familias han preferido que vivan en este lugar, en el cual ellos y ellas mismas deben de convertirse en su único guía. Se encargan de hacer la comida, de mantener la casa, de recoger el agua y de levantarse día tras día con la luz del sol para ir al colegio.
Muchos de ellos no saben dónde están sus padres y sus madres, recuerdan muy poco de su propia historia, e incluso a veces desconocen su origen y su edad. Saben que así están bien, viviendo en comunidad, y con eso basta. Los más mayores ayudan a los más pequeños a aprender a hacer la comida, y los más pequeños se encargan de alegrar las noches con sus bailes y sus niñerías, porque no dejan de ser pequeñas personas inocentes y juguetonas, con muchas ganas de vivir. La vulnerabilidad les hace fuertes y la supervivencia les hace grandes día tras día. Se alimentan de la entereza y de la lucha constante ante un mundo injusto, armado y cruel.
Estamos muy abrumados por la situación, ya que creemos indispensable cubrir sus necesidades básicas como seres humanos. Una cama, un plato de comida y el acceso a una educación son nuestras metas para apoyar el desarrollo íntegro de estos niños y niñas.
Ayúdanos a hacer que puedan dormir a gusto, pero sobre todo a que puedan descansar sintiendo que son personas tan dignas como el resto de la humanidad.