En el principio fue la idea. Las ganas. La ilusión. El reto.
Luego vinieron cuadernos de apuntes y de dibujo. Vírgenes aún. Inmaculados. Pastillas de acuarela. Pinceles. También plumillas, que el tiempo oxidó convenientemente. Y lápices de madera, cuyas minas, de viejas, ya no se sostenían. Recuperar sensaciones.
Digitalización. Innumerables paseos para innumerables pruebas de impresión. Rebaja la claridad, aumenta la calidez. El tamaño de letra. El color de fondo. Prueba de nuevo.
Tocará llevarlo a imprenta. Entre las manos. El olor a papel y a tinta húmeda. Y llamar a la puerta de las editoriales. O viceversa. Negociar. Arriesgar. Porque se cree.
Y ojalá venga la promoción, la publicidad, los viajes, las entrevistas. La ilusión de nuevo. Las ganas renovadas. Pensar que la idea no se quedó a medio camino en un simple “me gustaría…” con la entonación adecuada. Pensar que todo mereció la pena.