Ella y Él son una pareja. Ella está embarazada. Él no. Ella y Él tienen miedos y también deseos. Ella necesita tener un parto respetuoso para brindarle el mejor alumbramiento a su hija. Él comparte esa necesidad. Ella considera que parir en donde todo empezó nueve meses antes sería el lugar indicado. Él considera que de esa manera también podrá participar mas profunda y cercanamente de cada minuto del día mas fascinante de la vida Vera.
Juntos se cuestionan, asumen responsabilidades. No quieren que sea una persona ajena quien induzca el parto. Ella y Él no quieren que a Ella le hagan una episiotomía porque sí, porque después su aparato reproductor no va a ser igual. Tampoco quieren que la asusten con que Vera está sufriendo para que se convenza que es mejor hacer una cesarea. Y que le pinchen cositas que tienen otras cositas que nadie sabe bien que cositas son y que cositas te pueden pasar al tiempo por tantas cositas que le quieren poner y sacar y sacar y poner. Tampoco quiere que su bebé regule su temperatura en una incubadora, porque Ella y Él saben muy bien que no hay mejor manera que el piel con piel para hacerlo. Y que tampoco pinchen al bebé para meterle mas cositas de esas que dicen que "esto es asi" cuando quizás sea mejor que tome un rato la teta y ya veremos dentro de unos días cuando Ella le haya dado la teta, Él limpiado su cordón umbilical y que Ella y Él consideren oportuno hacer todo lo necesario para que Vera esté sana y saludable por cosas y cositas que ellos saben contestar cuando les preguntan.
Ella y Él quieren darle la bienvenida en casa, en su "cuevita cálida", para después, y muy poco a poco, irle mostrando el resto del mundo... que llegue sin prisas, sin horas, sin protocolos de actuación... al ritmo que le marca su sabiduría animal.
Queremos que Vera vea primero nuestras sonrisas y después, las que le traiga el mundo.